junio 25, 2025

Viendo series de adolescentes en mi segunda adolescencia

By In Ensayos

Por: Alejandra Santamaría

Tengo 33 años y, en los últimos tres, he visto con horror cómo han vuelto y se han instalado en mi vida sentimientos y pensamientos que pensé que estaban reservados en exclusivo para la adolescencia. 

Fui una adolescente con sentimientos tan intensos de angustia, dolor y confusión con respecto a quién era, qué quería y para dónde debía ir, que ingenuamente pensé que solo experimentaría estas emociones, de esa manera, durante mis 15, 16 y 17 años. Era el mensaje que todos los libros, canciones y películas me daban. Estaba en la época designada para el autodescubrimiento y para convertirme en adulta, y por tanto, pensé que ese proceso de crecimiento sería exclusivo de ese momento. Soy consciente de que la vida no es estática y siempre encuentra modos de retarnos y cambiarnos, pero esperaba que los cambios que vinieran en mi adultez se sintieran diferentes, más suaves, menos amenazantes hacia las bases de quién soy y quién he sido. 

En estos últimos años, que han coincidido con migrar a Alemania y alejarme de todo lo que me fue familiar toda mi vida, me he sentido desdibujada, perdida dentro de mi propio cuerpo y dentro de mi cabeza, y en especial, aferrada a seguir existiendo en una versión antigua de mí misma a la cual tengo idealizada, pero que ya no se siente auténtica y no concuerda con las cosas que ahora disfruto hacer y me hacen feliz.

Never have I ever

Pero este escrito no se trata sobre eso, sino de cómo, coincidentemente, en estos años he visto dos series sobre adolescentes Gen Z — no millenial, como la adolescente que yo fui– que me han confrontado con varias creencias con las que crecí, han desenterrado heridas escondidas, y me han mostrado que otras maneras de existir son posibles. Con eso, me han ayudado a sanar. 

Sé que este tipo de series de ficción —cómicas, románticas, ligeras— están enfocadas en hacer sentir bien y no las tomo como realidad. Sé que nadie pasa cada uno de sus días tan bien vestido y con maquillaje perfecto, mucho menos los adolescentes. Sé que las amistades y relaciones de nadie pueden fluctuar con tanta facilidad de la rabia y el resentimiento hacia el perdón. Además sé que no fui una adolescente gringa, ni británica, sino una de Bucaramanga, Colombia, una ciudad conservadora y religiosa, la cual, cuando vivía en ella, se sentía como un pueblo a pesar de su casi millón de habitantes. Y aún así y gracias a eso es que me sorprende lo mucho que encuentro de quien fui reflejado en estos personajes y en sus vidas de mentira. 

Con Never Have I Ever, una serie estrenada en la primavera del 2020, mi identificación fue directa. Su protagonista, Devi Vishwakumar, una adolescente indo-estadounidense viviendo en California, sufre una tragedia que yo viví, no a los 15 pero sí a los 28: la muerte inesperada de su papá (además ambos por la misma causa, un infarto fulminante). La serie se basa en mostrar la manera en que Devi maneja su duelo y lo que significa existir en un mundo sin su padre, y se enfoca en cómo, para evitar sentir dolor, Devi concentra toda su energía en buscar tener sexo por primera vez con el tipo más churro de la escuela. 

Heartstopper

Heartstopper, estrenada en el 2022, sucede en Gran Bretaña y se centra en la relación de Charlie y Nick. El primero es un chico abiertamente gay, que ha sido bulleado en su escuela y ha desarrollado trastornos mentales a raíz de eso; y el segundo es el capitán del equipo de rugby, un chico popular que se enamora de Charlie y a través de eso, descubre cosas sobre sí, incluyendo su sexualidad. Están rodeados por un grupo de amigos queer: personas trans, no binarias, lesbianas, gays, asexuales y arománticas. La serie muestra cómo la relación de Charlie y Nick, y la constelación de relaciones a su alrededor, se transforma a través de decisiones como ir a la universidad, hacer terapia, cambiar de casa y de ciudad, etc.

Ambas series ponen en la mitad de la vida de estos personajes — en el centro del significado y la importancia de ella — a sus relaciones amorosas. Y ahí es donde siento la primera conexión. Siempre estuve profundamente enamorada de la idea de enamorarme y lo hice algunas veces, pero sobre todo, en mi pecho hervían las ganas de tener un amor apasionado, trágico y descontrolado, como los que leía o los que escuchaba en las canciones románticas. 

Tuve crushes muy intensas, que solo viví con ese tipo de intensidad siendo una quinceañera. Recuerdo que hubo un chico del cual estaba tan tragada, como decimos en Colombia, que cuando lo veía me daban ganas de vomitar. Las náuseas también me acompañaron en otra oportunidad, luego de que un novio del que estuve muy enamorada me echó, y tenía el corazón tan roto que cuando lo pensaba sentía ganas de vomitar. Como lo pensaba a cada rato, no pude comer por dos semanas y perdí 6 kilos. Ahora llevo casi dos años casada y, desde hace cinco, en esta relación que ha sido la más sana, estable y feliz que he tenido en toda mi vida y en ningún momento me ha generado náuseas. 

Veo en estas series relaciones que se acercan más a lo que ahora mi relación significa para mí: felicidad, refugio y tranquilidad. Y siento ternura y un poco de rabia por la idea telenovelesca y tóxica con la que crecí de que el amor está entrelazado a un montón de sufrimiento; de que entre más se pelee, más problemas y más tragedia exista, más amor hay. Por el contrario, estos adolescentes manejan sus relaciones con inteligencia emocional que van desarrollando y aprendiendo de a poco. 

Never have I ever

En una conversación con su terapeuta, Devi le dice que ella es una adolescente y que toda su vida debería estar centrada en los chicos, y su terapeuta le responde lo que ella luego descubre por sí misma: que hay mucho más y que tener novio no es una fórmula mágica de felicidad. Su inteligencia emocional crece con ella y, cuando logra cuadrarse al más churro del colegio, lo impulsa a disculparse con todas las chicas a las que hirió por ser un fuckboy. 

En Heartstopper, los personajes tienen revelaciones similares. Se dan cuenta de que su relación amorosa no es el centro y final de su vida, y de que si insisten en ponerla en ese lugar, pueden llegar inclusive a dañarla. En una escena, una chica reflexiona sobre cómo, por mucho tiempo, ha construido la idea de quién es con base en tener novio y no está segura ni siquiera sobre si alguno de sus novios le gustaba de verdad, porque estaba más atraída por la idea de estar en pareja. Me sorprendió ver esas palabras en el televisor, porque bien podrían haber salido de mi boca. Por mucho tiempo pensé que mucho de mí se definía solo en conexión a estar enamorada y tener una pareja, y fue algo que perseguí con intención, en vez de darle el tiempo y la energía que le entregué a esta misión a tener hobbies y a cultivarme más a mí misma. 

En ambas series el tema de tener sexo por primera vez (hago acá la tarea consciente de no usar la expresión “perder la virginidad”, porque me parece absurda) es central. Y la manera en que estos personajes lo hacen, en sus términos, con personas que aprecian o aman, y sobre todo sin culpa, es de las cosas que más me impactó y me hizo sentir compasión por la adolescente que fui. 

Al contrario de estos personajes, yo crecí en un ambiente profundamente católico: acompañaba a mi mamá a misa todos los domingos, Dios era mencionado en varias de mis conversaciones familiares, y estudié en un colegio jesuita, lo cual quería decir que iba a misa varias veces adicionales al mes, y tenía clases de religión varias veces por semana. 

Heartstopper

Para el catolicismo, o al menos la versión que a mí me tocó, el sexo es un pecado a menos de que se haga con fines reproductivos. Es algo oscuro, sucio, que se debe mantener en las sombras y en secreto. Es algo prohibido y algo que no debería hacerse. Además, crecí en un ambiente donde era usual escuchar expresiones como: “una mujer que está con muchos hombres es como un zapato viejo” o “una cerradura que se abre con cualquier llave no tiene ningún valor” y estupideces similares, las cuales circulaban la idea de que las mujeres no podemos ser personas con deseos sexuales y una vida sexual activa. Si así lo hacíamos, éramos unas perras, además de unas pecadoras y personas de poco valor. 

Así, crecí creyendo que mi cuerpo y las decisiones que tomara sobre él tenían que existir en relación a otros, a sus juicios y sus opiniones sobre mí; que necesitaba ajustarme a los estándares de lo bueno y lo correcto que me dictaban la religión y la sociedad. Crecí pensando que las ganas que sentía de tener sexo o placer de un modo sexual, eran algo prohibido e incorrecto. 

Por eso, la primera vez que tuve sexo fue algo traumático para mí y lloré mucho luego de que sucedió. Pasó en una ciudad diferente a la mía y en un viaje pagado por mis papás. A pesar de que tuve sexo con una persona que quería, que me quería de vuelta y me respetaba, y de que fue una acción consensuada y libre, la culpa con la que el catolicismo había llenado mi cabeza me convenció de que estaba cometiendo un agravio en contra de mis papás, quienes habían confiado en mí y me habían permitido ir de viaje. Mis acciones los habían traicionado porque en ese momento mi verdad era que mi cuerpo y mi placer se relacionaban de algún modo a ellos. Pensé que había fallado en la prueba de aguantar las ganas de sexo hasta estar en el escenario perfecto de amor, matrimonio católico e intenciones reproductivas.  

Desde ahí tuve y tengo una relación complicada con mi cuerpo y mi placer. Me tomó muchos años aceptar mis deseos y permitirme sentirlos sin sentir a la vez culpa y que me estaba condenando a las llamas del infierno. En mi cabeza se sembró una dicotomía entre sexo bueno/permitido y sexo malo/sacrílego. El primero es el que se tiene cuando se está absolutamente enamorado y en una pareja estable, y el segundo es todo lo demás. Como me enamoré pocas veces y esas veces resultaron en relaciones muy cortas y en ciertos casos, muy tóxicas; asumí que era una pecadora, pues fue la única manera en que la culpa me permitió vivir mi sexualidad. 

En una experiencia completamente opuesta a la mía, Devi le agradece a un novio por ayudarle en su despertar sexual. Reconocer, aceptar y agradecer el tener sexo por placer fue algo que no estuvo disponible para mí, en especial, durante esas primeras experiencias. Ojalá estas series hubieran existido en ese momento, 16 años atrás. Ojalá los amigos y los adultos que me rodeaban a mis 17 hubieran tenido lenguajes como los que tienen los personajes de estas series para discutir el cómo tener sexo es un intercambio importante de energía e intimidad, es algo natural y profundamente humano, y por lo cual nadie debería sentir culpa, si se hace de modo consensuado y libre. 

Never have I ever

A la vez que mi corazón se aflige al ver las diferencias en mis experiencias y las de estos adolescentes ficcionales, veo reflejadas a algunas de mis amigas en los amigues de Devi y Charlie, que sienten curiosidad y emoción sobre el comienzo de sus vidas sexuales y piden siempre estar al día en el chisme. También me veo en la ignorancia sobre cómo funciona el sexo, la confusión de esas primeras veces, y lo esencial y hermoso que era el ritual del bluyineo en esa época. 

Otro elemento revelador de estas series vive en las relaciones y la comunicación familiar. Devi es hija única, pero vive con su prima ultra mamacita que hace las veces de hermana mayor; Charlie tiene una hermana introvertida que lo ama profundamente y una mamá propensa a la ira; y Nick tiene de mamá a la diosa de Olivia Coleman, un papá ausente y un hermano mierdita que solo aparece para ser homofóbico. 

Yo tengo las dos hermanas y la mamá más increíbles registradas en la historia de la humanidad, y tuve un papá profundamente inteligente, chistoso, encantador y generoso, quien vivió con muchos demonios que no le permitieron ser el mejor papá. 

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No me gustan algunas de las interacciones de estos personajes y sus familias en la pantalla, en especial entre hermanos, porque siguen el patrón de ser distante entre hermanos y encontrarlos irritantes; lo cual es opuesto a la relación anormalmente cercana que mantengo con mis hermanas a pesar de vivir en países diferentes. Pero siento envidia de muchas de las conversaciones entre padres e hijes. 

En mi relación con mi papá existieron más silencios que palabras necesarias. Me faltó decirle muchas cosas y escucharle decirme muchas otras más. Siempre se me hizo difícil iniciar conversaciones con él, en especial de temas pesados e importantes. Por eso atesoro en mi cabeza las ocasiones raras en que logramos hablar y las cortas llamadas por teléfono que teníamos con frecuencia luego de que comencé a vivir sola. Muchas veces eran la misma conversación repetida: saludarnos y escucharlo decir que “solo trabajaba y nada más”. Las atesoro porque son lo que me queda de él ahora que ya no está. Reconciliarse con el silencio definitivo que trae la muerte es de las cosas que más me ha costado digerir en mi duelo. Me gustaría haber sido más rebelde (y eso que para mi papá, lo fui un montón), haber empezado más conversaciones incómodas e inclusive peleas. 

Con mi mamá, por el contrario, siempre me ha sido fácil hablar. Tengo el placer de ver cómo nuestra relación evoluciona y se transforma a través de lo que vivimos y, ahora que atravieso esta segunda adolescencia en la que me siento como una adulta fracasada, tengo el refugio de nuestras conversaciones, a las cuales me dirijo buscando consejos para ser una adulta de verdad como ella. 

Heartstopper

El tema de la religión solo se toca en Never Have I Ever en un par de ocasiones. Primero, Devi le pide a los dioses que le regalen un mejor año escolar luego de que el anterior estuviera marcado por la muerte de su papá. Luego, ella reflexiona en todos los cambios milagrosos en su cuerpo y vida que podría pedirles, pero cómo su única petición es que cuiden a su mamá. De resto, solo siente agradecimiento por su vida, la cual ahora acepta, reconoce y ama. 

De ser muy religiosa toda mi infancia y adolescencia me quedaron muchas dudas, pero sobre todo, un espacio grande en mi ser reservado para la espiritualidad. Creo en las energías, en especial en las pulsiones perfectas que veo en los impulsos de la naturaleza, y estoy buscando sabiduría desde diversas fuertes que me ayude a recorrer lo dolorosa, sinsentido y confusa que puede ser la vida. Espero que cualquier práctica con la que decida involucrarme, o cualquier camino que tome, tenga ese carácter acompañador y compasivo que tiene la relación de Devi con los dioses hindúes. Por mucho tiempo la religión se redujo para mí al miedo al castigo y al infierno; y a ser la vara medidora para todos los modos constantes en los que fallaba en mi existencia. Es algo que estoy lista para dejar atrás. 

He visto cada una de estas series, por completo, un par de veces. Ya sé cuáles son mis capítulos favoritos y los personajes que dicen las líneas más épicas. Ya sé cuáles son los momentos que me hacen llorar y abrazar a la adolescente que fui, esa versión de mí misma que llevo conmigo a todos lados y que por mucho tiempo se sintió incorrecta. 

Ver esos capítulos, así como escribir este ensayo, son rituales de sanación que hago para mí y todas mis yo, en especial la quinceañera que vive en mí. Es un modo de recordarme que esta segunda adolescencia, y todas las que ojalá no vengan, también pasarán, y que al final estará una versión de mí que sobrevivió a esos caminos y en la que muchas cosas cambiaron; una versión de mí a la cual en el futuro miraré con compasión, amor y aceptación. 

Estas historias de ficción abren ventanas amorosas a través de las cuales puedo visitar mi pasado y reencontrarme con mi historia, observando mi vida desde otra perspectiva y llenándola de respeto, gratitud y reconocimiento. Sin haber sido esa adolescente angustiada no sería la adulta angustiada que soy hoy, la cual a pesar de tener muchas cosas que quisiera manejar mejor y cambiar, me parece una chimba de persona.

Ahora por favor alguien haga series de este estilo pero para treintañeros en crisis. Gracias. 

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