Este es el día de una ofrenda de Día de Muertos.
Un mantel blanco para extender ahí la voluntad de empezar de nuevo, para limpiar de la memoria todas las promesas sin cumplir. Una pizca de sal para asegurar el buen regreso del corazón que a veces sale de su lugar y no quiere volver al pecho. Este año, la ofrenda del Día de Muertos será solo para mí.
Recordaré a mis ancestros muertos, pero también en modo de ofrenda por todas esas cosas que perecieron en mí pero sigo cargando, pondré papel picado de colores artesanal y delicado, con representaciones de calacas en fiesta. Sólo se pueden poner una vez porque después se dañan. Uno debería saber desde el principio que es lo mismo con el corazón.
Pondré también un vaso con agua, uno grande para calmar la sed por todos los caminos que recorrí sin llegar a ningún lado, para recordar que es necesario el movimiento constante del pensamiento, del corazón y de las piernas; que limpie los rencores, que calme la sed de encontrar historias donde nunca las hubo.
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Este Día de Muertos pondré una vela por cada uno de los que dijeron que estarían y hoy son fantasmas, por todos aquellos a los que dañé, para que se borren todas las huellas del cuerpo, para que las falsas palabras encuentren el camino de regreso. Que iluminen de una buena vez mi mala cabeza, las prenderé con cerillo de madera a ver si así nunca se me olvida lo efímero de la vida.
Cempasúchil por todos lados. El aroma evocará no sólo a los que ya no están, sino todas las veces que me alejé de mí, esas en las que tuve que fingir todas las caras posibles para parecer políticamente correcta, para encajar en un mundo que hace un tiempo dejó de ser mío, para encontrar simplemente un lugar para estar tranquila.
Copal sobre una camita de ocote para encontrar entre los humos las respuestas, para mirar hacia adentro y conectar mente, cuerpo y corazón; para cerrar los ojos e ir a otros lugares, bien cerquita de los ancestros; para entender por fin que no hay soledad cuando se miran los pasos que recorrió el linaje y volver a sentir a los que sí están y no miramos por miedo a encontrar desagradables pedazos de uno mismo.
Los típicos cráneos de calaveritas de azúcar, en representación de todas las veces que perdí la cabeza y tomé malas decisiones; para endulzarme los rencores, los miedos y las nostalgias; para entender la dulzura de la vida. Para, de una vez por todas, terminar de perdonarme.
Pondré también pan de muerto y mole con arroz para honrar las veces que me quedé con hambre y quise decir un “quédate” bien pronunciado, para llenarme el estómago de mariposas y digerir los pasados; una pizca de sal para los malos espíritus que me habitan, para que convivan en paz conmigo; cigarros que maten lentamente los enojos, y mucho mezcal, ese, sólo porque sí.
Al final pondré los retratos de las partes de la vida en las que me dejé algún pedazo, cerraré los ojos y volveré ahí a recogerlos, uno siempre tiene que volver a los lugares en los que se perdió el corazón. Pondré fotografías de mis brillos en los ojos, para estar bien segura que, después de todo, hay que dejar morir algunas cosas para vivir las que siguen.