Texto y fotografías: Aarón Cepeda
Esta historia inicia y termina con un espejo, ese objeto que te hace ver que los monstruos son reales, que la magia sí existe y que el mundo a veces es un lugar más aterrador de lo que esperabas.
Acababa de terminar mi carrera, pero las preguntas de quién soy y a dónde voy me seguían agobiando a cada segundo. Mientras me veía en el espejo, pensando en qué hacer y triste por no ser algo relevante en ese momento, sin contar la presión e indirectas que venían de parte de la familia, un mensaje interrumpió mis pensamientos: era un amigo que se encontraba en último semestre y me invitaba a una pequeña bienvenida que habían organizado para los de nuevo ingreso en una finca con alberca de la ciudad. Dije: ¿por qué no? Y me lancé a aquella fiesta que iniciaría un caos en mi corazón por los siguientes dos años.
Como la mayoría de las fincas, ésta se encontraba fuera de la ciudad, así que después de cruzar terreno sin pavimentar y un poco de lodo, llegamos al lugar del evento. Poco a poco los invitados llegaron y conocí a diferentes personas, incluido Voldemort, aunque para fines prácticos lo llamaremos Cucarachón, pues como todo buen fan de Harry Potter, sabrán que luego se rastrea por usar la palabra.
La fiesta llegó a su fin y como era de esperarse, surgió la idea de un “after”, por lo que propuse un lugar al que fuimos sólo cinco personas, entre ellas Cucarachón.
La noche era fresca, con esos toques cálidos que indican que el verano ya pasó pero que se resiste un poco a la llegada del otoño. Eventualmente, él y yo nos quedamos solos en la terraza, ya no estaba tan alcoholizado, pero mi estómago dolía, por lo que preferí acostarme en el suelo. Cucarachón se sentó a mi lado y empezó a platicar conmigo: me preguntaba sobre mis gustos musicales: “¿hay alguna canción que te haga sentir euforia? ¿Alguna canción que te inspire por las noches?” Durante varios minutos surgió una de esas conversaciones que parecían entrevistas, mi mente se encontraba perdida, pero había algo que me hacía responder y hablar con él al grado de olvidar casi todo y como una balada de sirena o una canción que te amarra e hipnotiza, dijo unas palabras en voz baja que hicieron que me enfocará en el:
“¿Por qué eres tan difícil?”
Dentro de mí empezó a resonar una alarma de alerta, sorpresa, emoción y curiosidad, la pregunta “¿por qué eres tan difícil?” resonaba dentro de mí como una canción que no te puedes quitar. ¿Había escuchado bien? ¿Acaso su pregunta era lo que yo pensaba? ¿Intentaba tirarme la onda? Nunca me he jactado de tener un buen radar, por lo que nunca llegué a considerar esa opción con él, pero pude captar que ese sentimiento que me estaba haciendo olvidar aquellos pensamientos con los que inicié el día era porque me sentía atraído a esa persona. Tontamente lo único que salió de mi boca fue un: “¿Qué dijiste? Me duele mucho el estomago”. Tonto, tonto, tonto, me dijo mi voz interior al responder eso, pero mi corazón estaba latiendo con mucho nerviosismo que estoy seguro que esa voz interna me lo perdono. Seguimos platicando, esta vez intenté prestar más atención a mis respuestas para no dejar pasar otra oportunidad. Mientras lo hacíamos, noté que Cucarachón estaba temblando. Debo aclarar en este momento que soy una persona pésima con las palabras y peor aún para mostrar afecto, pero en ese momento lancé mi brazo para rodearlo y acercarlo a mí, como si de un abrazo de amigos se tratara, junto a unas palabras tontas que lo acompañaron: “ánimo, mi Jack Frost, no te congeles”. Reímos, nos vimos por unos segundos y nos dimos un beso. Faltaban pocas horas para que amaneciera así que se quedó a dormir en mi casa.
Primer mes/Primera estrofa
Era de mañana;
y el camino en paz,
pero el tiempo en soles
solo hacía dudar
A la mañana siguiente recuerdo cómo todo dentro de mí se sentía extraño, aquellos problemas y pensamientos ya no causaban tanto dolor. Como el sentimiento que te deja el sabor del chocolate o la sensación de libertad de algunos alucinógenos, se sentía bien, estaba bien y quería probar más.
Para mediodía ya sabía más de él. Cucarachón gustaba de la música electrónica, disfrutaba del cine y los dinosaurios, era una de esas personas que son sociables con facilidad, con un diastema entre sus dientes que lo hacía sentir orgulloso y con un miedo a las arañas que mencionaba de vez en cuando.
Hablamos por un buen rato y lo acompañé a la parada del autobús. Mientras caminábamos le pedí su número de teléfono y por mi mente pasó el decirle que salieramos otro día. Pero antes de poder decir algo, de su boca salieron unas palabras que, aunque cálidas, se sentían algo duras: “Oye, sobre lo que pasó entre nosotros, no le digas a nadie, es mejor si lo dejamos como algo que no ocurrió”.
Sentí un golpe frío en el interior de mi cuerpo, pero estaba bien, una preocupación menos y acepté eso.
Esa tarde medité un poco sobre mí y las relaciones amorosas, llevaba ya más de dos años sin intentar buscar alguna relación por la forma en que terminó el último intento, pero quizás era tiempo de abrirse de nuevo, abrir la puerta del corazón a la aventura y adrenalina de no saber qué es lo próximo que vas a sentir.
Esa noche hablé de nuevo con Cucarachón. descubrimos que teníamos a Sigur Rós en común, hablamos sobre películas, me contó sobre Sedmikrásky, seguimos con Sucker Punch y eso fue lo que concretó la próxima vez que nos veríamos, nuestra próxima interacción física. Le prestaría mi Blu-ray y se lo llevaría a la escuela, la oportunidad perfecta para también organizar otra salida por un smoothie.
Y así sucedió, decir que fue un momento incómodo está de más, recordaba que me había dicho que mantuviera en secreto lo que pasó, pero al acercarme a su salón al parecer el secreto ya era de dominio público y sólo pude sentir las miradas, cuchicheos y sonrisas. Terminó su clase, mi corazón latía a gran velocidad, le di la película y me agradeció. Sonreí y él intentó cortar algún indicio de alguna otra conversación diciéndome que tenía que ir a otro lado. Me despedí y regresé a mi casa con la confirmación de que no buscaba nada más y lo acepté.
Sin esperar mucho, empecé a recibir mensajes de parte de Cucarachón. Me pedía ayuda en sus tareas de fotografía y yo respondía con entusiasmo, salíamos y me alegraba, empezaba a sentir una revolución dentro de mí. Algunas veces él mostraba indicios de salir como algo más que amigos, otras veces parecía lo contrario. Mi corazón se sentía extraño y confundido. Y lo acepté. Acepté ese sentimiento parecido al escuchar una canción triste que te hace feliz.
Una tarde me escribió que su mamá había salido de la ciudad, por lo que tendríamos todo el fin para nosotros si así lo deseaba, y por más que quise hacerle caso a mi inquieto corazón, era momento de hacerle caso a mi cerebro. Así que, armado de valor, rechacé la invitación. A partir de ese día las conversaciones empezaron a ser menos hasta que la palabra nula se volvió algo común… por un tiempo.
Siete meses después/ Segunda estrofa
Tras la vuelta al sol;
el sentimiento regreso,
pero aquella bondad
solo cegaba mi andar
El sol había dado una vuelta más y mi cumpleaños había pasado. Dos días después, las conversaciones con Cucarachón volvieron a empezar. Cosas tontas, cosas interesantes, cosas simples que me hacían feliz. Tuve miedo, era como si platicar con él quitara lo frío que había en mi persona, así que acepté el sentimiento y me dejé llevar.
Un día me platicó sobre una persona con la que salió, a quien llamaremos Raúl. Cucarachón había conocido a Raúl al poco tiempo de que nos dejamos de hablar, al parecer habían llegado incluso a formalizar la relación. Me platicó que llegó un momento en que se enteró que Raúl le tenía preparado una sorpresa, le iba a llevar algunos regalos y unas flores que le gustaban. Cucarachón ya no sentía lo mismo por él así que para huir le mandó un mensaje mintiéndole: “No sé cómo puedes vivir así”, decía el mensaje que confundió a Raúl, “deja de querer verme la cara con tus mentiras. Si no me dejas en paz te voy a bloquear, estás advertido”.
Una parte de mí no entendía el porqué alguien haría eso, me parecía incorrecto, pero Cucarachón me dijo que él ya no sentía nada por él y que se hartó, por lo que fue la mejor solución. Acepté esa respuesta y no dije más, quizás era cierto.
Un día, nos organizamos para una salida en donde solo estuviéramos nosotros dos, así que un amigo me prestó su casa y llevamos un proyector para ver películas. Esa noche volvimos a dormir juntos.
Al día siguiente, Cucarachón se recostó en mis piernas y pasó sus manos sobre mi pecho, a pesar de todo lo que había pasado los nervios me invadieron pues no estaba acostumbrado a tantas muestras de afecto repentinas, pero mi mente y corazón lo aceptaron, estaba bien y estaba feliz. Esa mañana me platicó sobre su mejor amigo, al cual llamaba “Uber” ya que siempre lo llevaba a todos lados, me dijo que si él no estuviera fuera de la ciudad le hubiera dicho que pasara por nosotros. Era sorprendente como creía saber cosas de Cucarachón y siempre descubría algo nuevo. Nos quedamos en silencio unos segundos, pasé mi mano por su cabello y sonreí, quizás debía decirle lo que sentía, pero decidí no hablarle de mis sentimientos en ese momento. Para bien o para mal, debí haberlo hecho.
Tres meses después/ Tercera estrofa
El sol se escondía;
la lluvia venía,
y bajo viajes y carnavales
El final iba a llegar
Lo había sentido aquella mañana, lo había sentido desde antes, pero cuando colocó su cabeza en mis piernas me había enamorado, y sin embargo volví a guardar silencio. Las pláticas al igual que mis sentimientos por él seguían, algunas veces salíamos, otras veces no. No había nada oficial y todo parecía ser más en un plan de amigos. Le enviaba mensajes sobre ir por alguna cerveza y recibía respuestas como “no quiero” para un rato después recibir un “sólo bromeo, no puedo”.
Pasaron unas semanas y nos volvimos a ver, dentro de poco iba a hacer un viaje de mes y medio por diferentes países y quería hablarle de mis sentimientos antes de hacerlo. Me ayudó tomándome unas fotos y cuando terminamos nos recostamos en la cama a platicar, me dijo que a las demás personas les decía que yo estaba gordo. Me dolió un poco pero mi corazón latía rápido por estar con él.
Esa tarde volvieron a suceder cosas entre nosotros, pero esta vez era diferente, a pesar de ser algo que él inició, al mismo tiempo se mostraba raro. Después de ese día, de nueva cuenta dejó de hablarme por un rato.
Se llegó la fecha de mi viaje, por lo que días antes acordamos salir. El plan era ir de antro y, antes de eso, nos sentamos en una banca frente a un templo cercana al lugar donde iríamos. Estaba nervioso y el empezó a insistir que le dijera lo que quería, tenía miedo que eso fuese a arruinar la noche, me armé de valor y con una voz nerviosa le dije:
—Me gustas, me gustas mucho y yo sé que tú me ves como un amigo pero necesitaba decírtelo porque ya es mucho tiempo el que me tortura todo esto por dentro.
—Sí, ya sabía—, respondió.
No sabía qué sentir, por un lado estaba tranquilo por haberlo dicho, pero por otro su respuesta me daba muchas vueltas. Me explicó que desde un principio él buscaba algo conmigo, pero que había sido mi culpa que no sucediera porque yo le daba a entender que no había interés. En ese momento mi corazón se empezó a hacer pedazos, mis miedos y pensamientos sobre la familia y demás personas haciendo comentarios negativos sobre mí regresaron y mi mente solo les daba la razón. Si hubiera sido más valiente quizás todo hubiera sido diferente. Al final solo me dijo:
—Ya ni modo, no se dio porque no debía, pero eso no significa que en algún futuro no pueda pasar—, y de nuevo le creí y me dije que estaba bien.
La noche continuó, estuvimos en el antro y llegó su ex, me dijo que tenían una semana de haber terminado y nada había salido bien. Le sugerí irnos si se sentía incómodo pero se negó, al paso de la noche me pidió que nos acercamos a un lugar y lo hice, luego me di cuenta que justo al lado se encontraba su ex y que no dejaba de verme ante cualquier movimiento que hiciera hacia Cucarachón. Vi los ojos de él y los ojos de su ex, ambos querían verse y dentro de mí lo que faltaba de derrumbarse lo hizo. Cucarachón lo notó y sólo me comentó lo guapo que era su ex, me dolió. Le pedí que me acompañara al baño para hablar, la gente decía que yo no era valiente y esa noche iba a serlo, le pregunté si existía una posibilidad de que tuviéramos algo o era solo una mentira, nos dimos un beso rápido pero no me respondió. Al salir del baño su ex llegó como si supiera que algo había pasado entre nosotros, y sin voltear a verme le pidió a Cucarachón hablar a solas con él y él accedió. No me dijo nada, solo se fue con él. Sentí como si un cuchillo me atravesara y salí del lugar, me sentía solo y al mismo tiempo había parecido como si yo no hubiese importado para nada esa noche.
Caminé solo por el centro de la ciudad, mi rostro estaba cubierto de lágrimas que obligaba a no salir, necesitaba a alguien, quería gritar, desahogarme de todo lo que sentía, necesitaba hablar con alguien pero no con cualquier persona, alguien cercano a mí, que llevase mi sangre. Quería hablar con mi mamá, contarle lo que había pasado y sentir su apoyo y consejos, pero cuando eres hombre y te gustan los hombres estas solo en esa área, y aunque mis amigxs sabían sobre mi, por esta única vez quería a alguien de mi familia, me dolía el alma y mi corazón estaba desecho. Envié mensajes a mis amigxs pero dormían. Decidí llamar a una prima, no sabía de mis preferencias, por lo menos no por mí, pero estaba seguro que no le importaría. Era tarde y estaba dormida. Esa madrugada me quedé solo en el centro de la ciudad, lloraba y me odiaba por hacerlo. Todo se había vuelto real y lo real dolía.
A la mañana siguiente tenía un mensaje en mi cuenta de instagram, era Cucarachón. No lo abrí en todo el día hasta llegada la noche.
“Espero que hayas llegado bien”.
El último mes/ cuarta estrofa
El sol se alejó;
el invierno susurro,
tras una cortina festiva
Un nuevo año marcó el final.
Mi abuelo me decía: “siempre agrega un extra más a todo, pues la vida siempre encontrará la forma de agregar algo, bueno o malo” y vaya que tenía razón.
Me fui a mi viaje por diversos países, nunca le respondí el mensaje en instagram, no había razón. Durante ese tiempo viajando de vez en cuando Cucarachón me escribía, también me tocó ver cómo despedía a su mejor amigo “Uber” que iba a estudiar en otro país y decía cuánto lo quería.
A mi regreso y antes de Navidad nos vimos y le di un frasco en forma de oso con miel de maple, traído desde Canadá. Me dijo que le había gustado mucho y me pidió una disculpa por aquella noche, me dijo que no debió haberme dejado ir pues juntos habíamos llegado y juntos debimos irnos. Acepté su disculpa, me dije que quizás era una forma de dejar de sentir, me dijo que antes de siquiera pensar en andar con alguien, él buscaba que primero se diera una amistad. Por lo que me platicó de su ex y la forma en que se dio tan rápido me pareció extraño, pero lo ignoré. Me dijo que no quería darme un no definitivo a lo que yo sentía por él, ya que quería ser mi amigo y si algo pasaba pues se iba a dar. Al no tener ese manual de sentimientos bajo el que todo mundo parecía regirse, tontamente le creí.
Necesitaba una cámara para navidad, así que también le presté la mía y debido a que no nos íbamos a ver quise darle un regalo por Navidad: un boleto para Sigur Rós en su primera visita a México. Me agradeció e incluso lo presumió en redes sociales. Sin embargo, al día siguiente dejó de responder los mensajes.
Nos encontramos en una fiesta esos días, a la cual me había dicho que no iría, yo iba acompañado de otro chico y nos encontrábamos en otra mesa, él nos vio y se acercó. Nos saludo a ambos pero puso especial énfasis al saludar a mi acompañante. Fue raro. Le pregunté y solo me dijo que desconocía de donde sabía su nombre. Luego de un rato de vernos platicando se acercó de nuevo y nos invitó a estar en su mesa. Fue raro de nuevo, pero las respuestas iban a llegar días después.
Había pasado año nuevo, quedé de ver a Cucarachón en el centro para entregarme mi camará, llegó rápidamente y me la dio sin siquiera voltear a verme, me dijo que tenía prisa y tenía que tomar el autobús. Caminé por un momento junto a él, ya que nos dirigíamos a lugares cercanos, aceleró su paso y luego se despidió. Tomé el autobús y me senté, me dio curiosidad y abrí el estuche de mi cámara, todo estaba bien pero luego algo me llamó la atención. El boleto de Sigur Rós estaba ahí, quizás lo olvidó, pensé. Le envié un mensaje preguntando y no respondió. Más tarde le pregunté de nuevo y me ignoró. No sabía si tenía que decir algo, llamar o cómo reaccionar. Me sentía mal y como un tonto por haber regalado ese boleto. Luego recibí una respuesta:
–No sé como puedes con tantas mentiras
No entendía a qué se refería y se lo pregunté.
–Ya déjame en paz, a nadie haces tonto.
Por alguna extraña razón esos mensajes resonaban en mí.
–No me llames, ni me mandes mensaje. Déjame en paz o te voy a bloquear.
Y entonces recordé: eran los mismos mensajes que le había enviado a Raúl para deshacerse de él, y así como él no había entendido la razón ahora me estaba pasando a mí.
Nadie me había enseñado a sentir, pero en ese momento me di cuenta que los sentimientos guardaban un instinto, en ese momento no me sentí mal o culpable. No, en ese momento mi sangre empezó a hervir y fue como si mi corazón y cerebro se pusieran de acuerdo para bloquear todo sentimiento que me hiciera sentir culpa. Todo se oscureció a mi alrededor y todo sentimiento que había llegado a tener hacia él se desvaneció en un segundo. Esa noche lloré, pero no fue por tristeza, estaba molesto. Me sentía traicionado y usado, y todas aquellas batallas épicas que había llegado a sentir dentro de mí habían terminado. Jamás volví a escribirle o hablarle después de eso.
Cuando creí que todo había terminado, llegó ese extra del que hablaba mi abuelo…
Una tarde salí a tomar una cerveza con un conocido que había regresado de Estados Unidos, le platiqué lo que me había pasado en los últimos años y lo que sucedió con Cucarachón. Le mostré una foto y se sorprendió, resultó que la persona con la que me encontraba era amigo de “Uber”, el mejor amigo de Cucarachón, y en realidad no era su mejor amigo si no su ex, con quien terminó a los dos meses que él se fue a Europa, y todas esas veces que nos vimos, incluso cuando él me dijo que volvió a considerar tener algo conmigo, siempre tuvo novio, las veces que me respondía con un “no quiero” a secas y pasado el tiempo corregía, era porque le hablaba a su ex sobre como yo lo invitaba a salir y él me rechazaba, pero además de eso, me di cuenta por las pláticas que tuve con Cucarachón, que antes de que “Uber” se fuera a Europa él ya salía con el que llegué a conocer oficialmente como su ex.
Fue una noche de sorpresas, pero no contaba con que la vida iba a hacer que me reuniera con Cucarachón una última vez.
Para este momento, todo parecía una canción de pop que repetía los coros miles de veces, Cucarachón había tenido dos relaciones oficiales, pero también recordé a otras personas con las que me dijo que se había acostado y sumaban dos mientras salía oficialmente con los chicos ya conocidos. No bastando eso, conocí a una persona que había conocido a Cucarachón y que también se había acostado con él, y para empeorar las cosas era el mejor amigo de toda la vida de “Uber” quien me platicó eso y además me contó que durante el viaje a la playa que hizo con “Uber”, se besó con alguien más y su amigo le llamó decepcionado. Había tantos giros seguidos en la historia que ya me había cansado. Le platiqué lo que yo sabía a esta persona y no volví a contarlo, más que con mis amigxs cercanos.Una noche un amigo me envió un mensaje para organizar un after en un departamento que estaba rentando. Le dije que estaba bien, pero al saber que venían amigxs de Cucarachón le pedí que evitará que él llegara. Me dijo que no había problema pero pasó todo lo contrario, mi amigo no llegó al after y en su lugar Cucarachón se encontraba frente a mi puerta. Se abrió paso al interior como si de su casa se tratara, por suerte otro amigo se encontraba conmigo antes y no se sintió incómoda la situación. No duraron mucho tiempo en el lugar, Cucarachón solo se encontraba fumando en el balcón y tomando selfies en donde se viera el paisaje nocturno de fondo. Cuando llegó la hora de que se fueran, fui a despedirme de cada persona y a cerrar el balcón, Cucarachón se encontraba ahí y no lo había notado. Dentro de mí todo se apagó, como si mi cuerpo me protegiera de algo. Me sonrió y me dio la mano. Mis ojos lo desaparecieron del radar, como aquella vez que nos vimos por primera vez y me encontraba alcoholizado, solo que esta vez el alcohol no estaba en mi interior y sin sentir nada evadí su mano y la dirigí a la puerta del balcón. Por un momento sentí como si en lugar de cerrar el balcón hubiera cortado un lazo con un cuchillo cargado de filo y en cuestión de segundos todo había terminado. Aquella noche bajo las estrellas cuando nos conocimos, aquel momento en que lo abracé porque estaba temblando, las risas digitales que se hacían reales o cuando pase mi mano sobre su cabello. Todo eso había sido cortado por un cuchillo invisible para ser dejado atrás, y bajo el ruido alegre que llevaba el viento de las personas que caminaban por la calle aquella madrugada, Cucarachón también se había ido.
EPÍLOGO
Me sentía tranquilo, me sentía en paz. Me encontraba haciendo ejercicio en el gimnasio, viéndome al espejo como al inicio de esta historia, por alguna extraña razón no sentía el corazón roto pero tampoco podía sentirlo mi corazón. Era como si en medio de aquel enojo hubiese deseado con todas mis fuerzas que me fuera arrancado para no volver a sentir nunca más y se hubiese cumplido. No había sabido nada de Cucarachón después de aquel día, hasta que de pronto mi celular vibró. Era un mensaje de él.
“Oye, ¿qué pedo con tu vida? ¿Sí me puedes dejar en paz?”
No entendía pero tampoco quería hacerlo. No abrí el mensaje, si algo había aprendido es que darle atención iba a alimentar su ego y el no responderle me lo confirmó. Una hora después llegó otro mensaje.
“Bueno, nada más te aviso que lo que estás diciendo de mí es muy grave y me gustaría que entonces aceptes las consecuencias que puede tener el difamar a alguien. Buenas noches”.
Lo entendí de inmediato. Él sabía que yo lo sabía.
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