Por: Mariana Mora (El After)
Era el final de la tarde y Erre estaba acostado en su azotea, junto a su pareja, mirando las aves que volaban en círculos varios metros por encima de ellxs. En su cerebro empezaba a hacer efecto el cannabis que acababan de fumar. Conocía esa sensación, la “hiperconciencia de ti mismo” la llama él, que vigila cada acción y palabra propias con un rigor despiadado. “Recuerdo muy claro el momento en que me empecé a sentir avergonzado de lo que estaba diciendo”, cuenta unos años después.
A partir de ahí todo fue en picada. La autoconciencia mutó en miedo y empezó a dominarlo todo. Intentó sortear el pánico y convencerse de que todo estaba bien. Pero no lo estaba. “Empecé a sentir una especie de fragmentación de mi mente, como si muchas voces -mías e interiores- estuvieran hablando al mismo tiempo”, describe Erre minuciosamente.
Después de entrar a la casa, comer, meterse a bañar y probar otros recursos para sosegar el mal viaje, Erre estaba convencido de que se había vuelto loco. “Pero tan loco que este nivel de locura es incompatible con la vida”, pensó en ese momento. En su mente, la única salida lógica era morir.
Las experiencias psicoactivas no eran nuevas para Erre. Probó el alcohol a los doce años y la marihuana a los catorce. Incluso hubo un tiempo en su adolescencia que la consumía regularmente. También había probado algunos psicodélicos y estimulantes, pero nunca había sentido algo así.

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En la familia de Erre hay personas que viven con esquizofrenia, un trastorno que afecta la percepción y que, según la Organización Mundial de la Salud, puede “estar provocado por la interacción entre la dotación genética y una serie de factores ambientales”, entre ellos, el consumo de cannabis. Esto lo sabía Erre y reconoce que, en su caso, el miedo a padecer esquizofrenia agrava las experiencias negativas con la marihuana.
Pasaron varias horas y la multitud de voces en la cabeza de Erre fue decreciendo, pero le tomó varios días volver a reconocerse a sí mismo en su mente. A partir de entonces, decidió que dejaría de fumar marihuana, igual no era su droga favorita.
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No hay una sola definición de droga, pero la que prefiere Guus Zwitser, maestro en medicina con especialidad en neurociencias, es la de “cualquier sustancia que al entrar en el cuerpo tiene un efecto psicoactivo en el sistema nervioso central”; es decir, que puede modificar la percepción, el estado de ánimo o la cognición. Esto incluye a las legales -como el café, el tabaco, el alcohol y los psicofármacos- y también a las que han sido ilegalizadas -como el cannabis, la cocaína, el LSD o la metanfetamina-, por nombrar algunas.
“El efecto que tiene una sustancia psicoactiva sobre la persona depende un poco de cómo está organizado su cerebro”, explica Zwitser, que también es investigador especializado en drogas con una perspectiva de salud pública y fue coordinador ejecutivo del Programa de Políticas de Drogas del CIDE.

“Las neuronas se comunican entre sí a través de neurotransmisores y cada uno tiene su función”, describe con paciencia pedagógica el complejísimo funcionamiento del sistema nervioso central y sus subsistemas.
Por ejemplo, la serotonina impacta en la modulación del estado de ánimo, la regulación del sueño y la función sexual. La dopamina regula la cognición, la actividad motora, la motivación, la recompensa y el sueño. Estos dos neurotransmisores son algunos de los muchos que pueden ser inhibidos o estimulados con sustancias psicoactivas para reducir o aumentar su presencia en el cerebro y, por lo tanto, sus funciones.
Los estimulantes sintéticos -como la cocaína o la metanfetamina- actúan especialmente en los receptores de noradrenalina y dopamina, es decir, que sus efectos producen sensación de bienestar y reducen el cansancio, el sueño y el hambre. Mientras que los psicodélicos como la psilocibina, el LSD o el MDMA estimulan la serotonina, por lo que producen estados de euforia, aumento de energía, empatía y sensación de conexión. Por su parte, los opioides actúan sobre la beta-endorfina -que funciona como analgésico natural y genera sensación de bienestar-, aumentan la concentración de dopamina y reducen la percepción del dolor.
Aunque estos efectos suelen ser similares en todas las personas, hay una parte que depende, como explicó Zwitser, de cómo funcionan sus cerebros. “Actúan sobre los sistemas que ya están en tu cuerpo, o sea, no pueden crear algo nuevo. Hacen uso de lo que ya hay”, es decir, de lo que pudimos haber heredado a partir de la genética o de la forma en que nuestros cerebros se desarrollaron gracias al contexto en que lo hicieron.
Para explicarlo de otra forma, el investigador usa la metáfora de un modulador. Las sustancias psicoactivas aumentan o disminuyen funciones del cerebro que son naturales; pero esto significa que si un cerebro tiene, ya sea por anatomía o por el contexto en que se desarrolló, una tendencia a algún trastorno mental, las sustancias pueden contribuir en su recrudecimiento, sobre todo si son consumidas con frecuencia a edades tempranas, antes de que el cerebro se termine de desarrollar por completo.
Un ejemplo de esto es lo que Erre temía: el consumo sostenido de cannabis antes de los 25 años -que es cuando el cerebro termina de desarrollarse-, puede adelantar el desarrollo de esquizofrenia en cuerpos que tenían una predisposición genética. También el consumo frecuente de otras sustancias psicoactivas -incluidos el alcohol y el tabaco- durante la adolescencia tiene un efecto en el propio desarrollo cerebral y por lo tanto en sus funciones. Es por esto que lo más recomendable es aplazar la edad de inicio en el consumo.
Pero, además, a diferencia de otras sustancias psicoactivas que actúan en neurotransmisores específicos y, por lo tanto, sus efectos serán similares en casi todos los cuerpos, el cannabis estimula e inhibe varios neurotransmisores y es por esto que puede tener efectos muy distintos en cada persona.
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La primera vez que Qu fumó cannabis tenía catorce años y la curiosidad llana de una adolescente con sed de experiencias. Ya la conocía, era común oler el humo afrutado en su barrio, y tenía ganas de probarla. No buscaba la aceptación de sus amigxs, su deseo estaba impulsado por el afán primigenio de sentir.
Sus compañerxs de la secundaria le enseñaron a “darle el golpe” y después de soltar una nube de humo denso, empezó a sentir la relajación en su cuerpo. “Guau, esto está bien chido”, recuerda que pensó hace casi veinte años. Había probado el alcohol antes, pero no le había llamado tanto la atención. En cambio, la marihuana ha sido parte de su vida desde entonces hasta ahora.
Después, a los veinte años, probó el LSD y posteriormente la cocaína y la metanfetamina, también conocida como cristal. “En general, mis experiencias con las sustancias siempre han sido positivas y como que me gustan”, se detiene un segundo como si dudara y después suelta con una risita “la verdad me gustan un chingo”. Qu no tiene miedo de ser quien es. Aunque no le ha sido fácil, su forma de estar en el mundo confronta más de una idea hegemónica de lo que “debería de ser una mujer”.
Las drogas han sido herramientas para Qu. La marihuana le ha ayudado a conocerse a sí misma, cultivar amistades y relajarse en situaciones de estrés. La metanfetamina le ha servido para trabajar en periodos muy exhaustivos -tanto labores físicas como de escritorio- y para aliviar momentáneamente dolores crónicos. Con ninguna ha tenido una experiencia suficientemente negativa para querer dejar de usarla.
No son comunes los relatos de personas que usan drogas ilegales y llevan una vida similar a las que no las usan. No es que no existan, es que sus historias no se cuentan tanto como las que terminan mal.

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“Hay una dicotomía en la sociedad moderna que considera problemático un consumo de sustancias solamente cuando se trata de sustancias ilegalizadas”, sostiene Ricardo Baruch Domínguez, activista e investigador en temas de salud pública, particularmente uso de sustancias psicoactivas y salud sexual y reproductiva.
La percepción desajustada de peligrosidad entre las drogas legales e ilegales no es casual, se ha construido históricamente a partir de la información que los Estados y medios de comunicación producen. Un ejemplo son las campañas que el gobierno mexicano ha lanzado en los últimos años, con frases simplistas que no explican la complejidad del fenómeno como “si te drogas, te dañas”.
Pero, como señala Baruch Domínguez respecto al riesgo de desarrollar un consumo problemático, los daños que puede causar una droga tampoco dependen de su estatus legal. La comparación más evidente es entre el alcohol y el cannabis. Entre 2011 y 2023, el Observatorio Mexicano de Salud Mental y Consumo de Drogas registró 33 mil 383 muertes asociadas al consumo de alcohol y solo 21 asociadas al consumo de cannabis. Aunque el alcohol es la droga más utilizada en el país -el 71% de la población entre 12 y 65 años había consumido alguna vez-, un estudio publicado en 2024 por la Comisión Nacional de Salud Mental y Adicciones muestra que el 26.9% de las personas encuestadas han usado cannabis alguna vez, por lo que las muertes registradas no son proporcionales a su porcentaje de consumo.
“Obviamente, mientras más se consumen algunas sustancias habrá mayores daños a la salud”, sostiene Ricardo Baruch, aunque explica que por sí mismo el consumo frecuente no necesariamente significa que la persona tenga un problema. “Pensamos en el consumo problemático cuando el uso de una sustancia comienza a interponerse entre las actividades que una persona desea realizar en su vida cotidiana por priorizar el uso de la sustancia o por conseguirla” y esto empieza a afectar su bienestar, sus relaciones y su capacidad para trabajar o estudiar.
Esto significa que hay otros tipos de consumo que no representan un problema para la persona y sus comunidades. De hecho, la gran mayoría de personas que usan drogas reportan que su consumo no es problemático. En México, la última Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco, realizada en 2016, mostró que el 2,9% de la población general había consumido alguna droga en el último año, pero solamente el 0,6% había desarrollado dependencia. Por otro lado, el Informe Mundial sobre las Drogas que publicó la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito en 2024 sostiene que, a nivel global, solo el 21.9% de las personas que habían usado alguna droga el último año reportaba un trastorno por su consumo.
“El régimen de prohibición nos ha enseñado que si consumimos alguna sustancia ilegalizada, el primer uso ya nos engancha, y resulta que no es cierto”, dice Angélica Ospina Escobar, psicóloga e investigadora del Programa de Políticas de Drogas del CIDE. Hay un amplio espectro de patrones de consumo, explica la especialista, y una persona puede tener diferentes tipos de consumo con cada sustancia.
Existe el consumo experimental, que es cuando una persona prueba una sustancia por primera y única vez. También hay formas de uso recreativo u ocasional, que están ligadas a ciertas circunstancias y son esporádicas. Para ejemplificar este patrón Ospina Escobar comparte su propia relación con el tabaco, que solo usa de vez en cuando y en contextos de fiesta.
Otro patrón es el uso habitual, que es cuando incorporamos el consumo de alguna sustancia a nuestros hábitos cotidianos. En este caso, Ospina Escobar menciona su relación con el café para explicar que el uso habitual puede no ser problemático, sino una herramienta para mejorar nuestro desempeño.
También Erre tiene un uso habitual de café y alcohol. El consumo de estas sustancias no ha significado un problema en su vida, sino un hábito que le da placer y le ayuda a gestionar el cansancio y el estrés cotidianos. El uso que Qu le da al cristal para trabajar también puede ser habitual, aunque ella trata de espaciar sus consumos y dejarlo por temporadas para no desarrollar dependencia.
Por último, en los bordes del espectro están el consumo problemático y la dependencia. Como explicó Baruch Domínguez, el consumo problemático implica situaciones conflictivas para la persona que consume y sus comunidades, aunque pueda no haber una dependencia. Para explicar esta diferencia Angélica Ospina menciona a las personas “malacopa”, es decir, que tienen un comportamiento problemático en sus consumos aún si no presentan una dependencia.

Finalmente, la dependencia suele estar asociada a la necesidad bioquímica que el cuerpo genera y hay casos, como la dependencia al alcohol o a los opioides, en que no se puede interrumpir el consumo de forma repentina pues el síndrome de abstinencia podría causar incluso la muerte.
Llegar al límite del espectro y tener un problema por el consumo de alguna droga no solo depende de la sustancia ni del cuerpo que la recibe. “A veces le damos mucha importancia al aspecto farmacológico y no se reconoce que hay unas condiciones estructurales que hacen que unas personas estén más proclives a desarrollar dependencia”, sostiene Angélica Ospina. Pero añade que, aunque las condiciones socioeconómicas son importantes, el consumo problemático no se limita a ellas.
“Usamos sustancias por el placer, porque queremos sentirnos bien o desempeñarnos mejor en las actividades cotidianas; entonces entre más recursos tenemos, tenemos más fuentes de placer”. Las fuentes de placer pueden ser las relaciones saludables, el acceso a espacios de ocio y esparcimiento, tiempo para descansar, etc. Con o sin sustancias psicoactivas, si una persona no tiene esto en su vida, su salud mental está expuesta al daño.
Aunque la dependencia y el consumo problemático representan solo una parte del total de personas que usan drogas, esta cifra ha crecido con el tiempo. De acuerdo con los Informes Anuales del Sistema de Vigilancia Epidemiológica de las Adicciones, el número de personas que han ingresado a un centro de tratamiento o rehabilitación se ha duplicado en los últimos veinte años. Sin embargo, no se puede afirmar que todas estas personas tienen un consumo problemático o dependencia ya que, como muestra el último informe -realizado en 2023-, solo el 53.4% de las personas ingresaron por su propia voluntad. Además, es común que, gracias al estigma y desinformación en torno al consumo de drogas, muchas personas sean ingresadas sin tener realmente un problema de salud.
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No hay una sola explicación de por qué unas personas desarrollan un problema con el consumo de drogas y otras no. Tampoco es fácil entender por qué unos cuerpos gozan tanto con ellas y otros las rechazan. Por ejemplo, no hay forma sencilla de saber si los cerebros de Erre y Qu son muy distintos, pero la forma en que la marihuana les afecta sí lo es. También sus historias de vida difieren: aunque tienen casi la misma edad, crecieron en ciudades distintas y en condiciones socioeconómicas desiguales. Pero sus rasgos de género, clase, raza y corporalidad no parecen explicar por sí mismos por qué les afectan de forma distinta una droga. Así de complejo es el fenómeno del consumo.

Aunque el cannabis le ha dado más bienestar que problemas, Qu reconoce que su uso prolongado le ha causado algunos daños, como gastritis o irritación en la garganta. Para evitar estos malestares ha aprendido a no fumar en ayunas o comer bien después de fumar.
Los efectos negativos del consumo de drogas no se limitan al sistema nervioso y al padecimiento subjetivo. “Si tú eres un alcohólico funcional, pero tu hígado ya no funciona, pues eso ya no es un consumo responsable”, dice Guus Zwitser. Pero también añade que no hay una fórmula única de “consumo responsable” y cada persona puede sopesar si su uso de drogas está afectando sus relaciones, su desempeño en actividades cotidianas, sus responsabilidades o simplemente su relación consigo mismx.
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“Yo sé que va a sonar muy yonqui lo que voy a decir, pero yo creo que si tienes un autoconocimiento amplio de ti, no es tan probable que te hagas adicto”, dice Qu sobre por qué cree que ella ha tenido una buena relación con las drogas. Conoce sus dolores a profundidad y les ha ido perdiendo el miedo. También añade que se tiene mucho respeto a sí misma y no se permitiría hacerse un daño grave. “Pero también creo que no echaría a perder el poder consumir chido alguna sustancia que me guste por clavarme”.
Saber cuidarse no ha sido fácil. Le hubiera gustado tener más información sobre cómo evitar ciertos efectos negativos y compensarlos. Apenas hace poco ha ido aprendiendo a gestionar su consumo de cristal para que no desgaste su salud. A partir de su propia experiencia, y de buscar información, ahora sabe que debe dormir y comer muy bien después de usarlo y descansar aunque no se sienta cansada.

No es fácil saber cómo cuidarse porque históricamente no ha habido información al respecto. Ricardo Baruch considera que una de las necesidades más importantes que tienen las personas usuarias para evitar un consumo problemático -y que en México no está cubierta- es la información. “Casi siempre, cuando se habla del uso de sustancias, se hace desde un punto de vista totalmente prohibicionista y punitivo y, al no brindar información y educación, existe un mayor riesgo de que las personas que consumimos lo hagamos mal, que pongamos en riesgo nuestra salud o nuestra vida e incluso que tengamos problemas con las autoridades”.
Además de la información, lxs tres especialistas coinciden en que son necesarias las intervenciones de reducción de riesgos y daños, que “reconocen que ante el uso de alguna sustancia se debe tratar de minimizar los potenciales riesgos a la salud y que las personas puedan tomar decisiones con base, por un lado, en la evidencia científica disponible, pero también con una perspectiva de derechos humanos”, explica Baruch Domínguez.
La reducción de daños aparece en la Norma Oficial Mexicana para la prevención, tratamiento y control de las adicciones desde el 2009, pero, hasta el momento, no se materializa realmente en programas o políticas de Estado. Son los colectivos y organizaciones de la sociedad civil quienes realizan estas labores que pueden ir desde brindar información libre de estigma hasta el análisis de drogas para identificar la presencia de otras sustancias o el intercambio de jeringas para evitar la transmisión de VIH o hepatitis.
“Básicamente lo que buscamos es transitar desde una posición de estigmatización hacia una perspectiva de restitución de derechos”, comenta al respecto Angélica Ospina. “Y eso lo hacemos para minimizar los efectos negativos del consumo de sustancias sin exigir la abstinencia, sino basándonos en lo que la persona decida para sí en un respeto radical de la autonomía del otro”.
Esta perspectiva se centra en la agencia de las personas y les permite decidir qué es lo mejor para sus cuerpos. En que quienes consumen drogas han desarrollado sus propias herramientas y conocimientos para cuidar de sí mismas y de sus pares. En el caso de Erre, su autoconocimiento le llevó a decidir que lo mejor para él era no consumir marihuana porque la autonomía también puede llevar a la abstinencia sin necesidad de forzarla.

Que agradable poder conocer que las experiencias que vivimos alrededor de las sustancias no son absolutas y que podemos tener un consumo responsable desmitificando los centros donde se tratan de forma estigmatizante