febrero 13, 2024

El chispazo

By In San Valentín

Mr. E y yo nos conocimos un verano pandémico y la conexión fue instantánea. Pero no se iba a tratar de una historia llena de todos los clichés del amor romántico, sino de muchos pequeños momentos y una (no) despedida

En el panorama general, me gustó lo que acordamos sin muchas palabras: vernos o hablarnos una o dos veces al mes, una plática trivial sobre cómo va la vida del otro. Compartir una tarde, una noche y quizá un desayuno por la mañana. Claro, llegamos a esto luego de que yo me ilusionara un poco al inicio. 

Sentía que la canción de Run, de Daughter, definía “lo nuestro”. Pensaba que éramos esas personas que se buscaban para pasar el rato y luego salir huyendo. 

Lee más de esta desvelada: Seguir una fórmula

El problema eran esos pequeños arrebatos donde regresaba esa “ilusión” y yo quería algo más y no entendía en el momento que no necesariamente lo quería con él. Siendo realistas, no le veía en mi rutina o presentándole a mis padres, aunque una vez lo consideré; estaba de visita en mi ciudad natal cuando él llegó a la CDMX y ofreció pagarme un viaje para verle unos días. La contraoferta fue: “ven tú acá”. 

Durante alrededor de tres años (con sus respectivas pausas), me mantuve cómoda con esos momentos. Porque cada vez que nos veíamos era esa conexión instantánea, sin importar el paso del tiempo. Mi amigo M decía que no podía conectar completamente con nadie más porque no lo soltaba, porque algo dentro de mí creía que algún día lo concretaría con él. Yo insisto en que no es así, que era más cuestión de sentir ese chispazo al vernos. 

Pero volvió a pasar, yo quería algo más, no necesariamente con él, y se lo dije. Fue de las pláticas más honestas y extrañas que tuvimos. Aconsejándome de cómo encontrar eso que quería. 

Entonces me atreví a preguntar qué quería él y, como era de suponer, era algo completamente distinto a lo que yo soy: buscaba a alguien muy estable, con grandes ingresos y muchas certezas. Y yo soy esta morra que no ha llegado a los 30 y sigue teniendo muchas dudas en la vida. 

Creo que fue la penúltima vez que lo vi. Ese día y en el siguiente encuentro sentí que la conexión se había esfumado. Supongo que porque entendí que no, que nunca íbamos a ser lo que el otro buscaba, o quizá sólo era lo que la chispa nos tenía que durar, o nos vimos como éramos realmente. No lo tengo muy claro. 

Salí de ahí con la idea de no volver a verle y rechazarlo en el siguiente mensaje que me llegara en unos meses. Después empecé a salir de forma más seria con otra persona, luego con otra… no volví a mandarle mensaje. Tampoco llegó uno suyo. 

Una tarde mientras hablaba de los eternos ligues en apps con mi compañera de departamento, quise mostrarle su fotografía como la gran historia que tenía en ese sentido y su foto ya no apareció. Todavía tuve la  idea de enviarle un mensaje para saber si en efecto me había bloqueado: sólo apareció una “palomita” en la conversación. 

Me da risa y me enoja que no se haya despedido, como si fuera algo que no pudimos cerrar, como si nuestra “amistad” no valiera más que todo lo demás. Sin embargo, de una forma más madura, quiero creer que ambos nos dimos cuenta al mismo tiempo que eso ya no iba a continuar y nos fuimos de una manera tan arbitraria como nos conocimos. 

Lee más: No diré su nombre, cuarta edición: pequeños perfiles de historias de amor

Leave a Comment