octubre 25, 2022

El Tecolote

Doceavo códice

By In Enigmas

Hace muchos ciclos, para aumentar su poder, el Rey Jaguar preguntó a sus sacerdotes cómo podría derrotar a todas las tribus enemigas que hasta esos momentos se resistían a caer bajo su yugo. Cabizbajos le contestaron que el tecolote podría decirle algo que ellos no sabían, o que habían pasado por alto, sus grandes ojos veían más allá de la realidad y el tiempo. Le dijeron que tal vez quisiera colaborar, pero era un ser extraño, de la noche.

El Rey Jaguar pidió entonces, como señor de aquellas regiones, que fuera llevado a su presencia. Una comitiva salió a buscarlo y después de varias lunas llenas, el tecolote estuvo ante la presencia del jaguar. 

Grandes riquezas y opulentos banquetes se sirvieron para agradar al huésped que no hablaba y parecía devorar el mundo con sus ojos,  poco comía y mucho observaba, y la paciencia del jaguar se iba terminando hasta convertirse en impaciencia. Preguntó a los sacerdotes si el tecolote era consciente de que debía darle algunas palabras, estrategias o fórmulas para derrotar por fin a los rebeldes. Ellos dijeron que sí pero, que por alguna extraña razón no hablaba.

Montado ya en una ira manifiesta, el líder rugió diciendo a los sacerdotes que por cada día que el ave no hablara, mataría a uno de ellos. No le importaba si acababa con los treinta y tres, al fin y al cabo ninguno ellos podía hacer hablar al ave. 

Así cada día antes de anochecer el Rey preguntaba si ya tenían palabra y ante la negativa, sacaba su espada de obsidiana y cortaba la cabeza de un sacerdote, sembrando el pánico entre los sobrevivientes. Uno a uno fueron muriendo todos los sacerdotes, hasta que sólo quedó el supremo, quien desconsolado y triste, se sentó a ver al ave que le costaría la vida. Detrás, en la ventana, el sacerdote vio caer el sol a una velocidad que le parecía exagerada y cuando el cielo estaba rojo, el tecolote pidió al sacerdote lo llevara a la presencia del Rey Jaguar.

De manera clara y con detalles el tecolote dio al monarca una estrategia infalible para derrotar a todos los pueblos rebeldes. Sus palabras creaban en la mente del jaguar un mapa exacto, donde él veía los movimientos de sus adversarios y la forma de derrotarlos. Después de esto se marchó a la guerra y luego de algunas lunas, regresó cubierto de gloria con los estandartes de los enemigos manchados con sangre, nombró enseguida al tecolote su gran consejero y al sacerdote su asistente. Ahora, cuando el jaguar requería la presencia del tecolote el único que podía hablar con él era el sacerdote. El tecolote recorría el palacio, los jardines y sobre todo las galerías llenas de códices, los cuales parecían entrar directo a sus ojos. 

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En algunas ocasiones el jaguar lo llamaba para consultarlo en los más diversos temas, además de la guerra. El reino era una muestra de poder y riqueza y parecía que pasarían muchos años antes de que eso cambiara.

Una noche el jaguar llamó al tecolote para preguntar sobre su lugar en la historia, sobre la verdad de sus conquistas. Como en anteriores ocasiones los ojos del tecolote se pusieron brillantes, describió, como era su costumbre, de manera muy vivida el ascenso del reino del jaguar: grandes épocas de paz, una gran riqueza basada en el tributo de los conquistados, por último, que moriría viejo y feliz. El jaguar un tanto molesto preguntó, si no había algo más, una adoración de los seres del futuro, un lugar en la historia infinita, un lugar con los dioses. El tecolote guardó silencio, y molesto el Rey preguntó 

¿Cuál es la verdad de un Rey? ¿Cómo pasarán mis hazañas de esta vida a la vida infinita?

—Los seres— dijo el tecolote —todos son eternos e infinitos. Existe otra realidad, más allá de las vidas, más allá de los dioses, del tiempo y el espacio, donde el rey y el plebeyo son uno, la vida y la muerte se tocan, se confunden, el tiempo no existe, el espacio desaparece, no hay machos, ni hembras, nadie es. Sin embargo, todos existimos. Si miras en los ojos de los sacerdotes, de los nobles, de los vencidos, de los pequeños, de los desposeídos, de los que no tienen poder… reconocerás tu alma, el alma de la tribu, el alma de todos.

Cuando el Rey Jaguar recibe a sus súbditos y pacta con sus enemigos, todos pueden observar sobre su trono, un gran tecolote de oro y obsidiana que da a su presencia una gran dignidad, dentro de la dorada figura, cabeza de aquel sabio tecolote, descansa con los ojos cerrados.  

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