agosto 25, 2023

Las enfermedades me quitaron a mis abuelos paternos y la memoria familiar

By In Ensayos

Por: Karla Crespo

In the secret country where the solitary mind exists.

Anne Ryan.

Mi abuelo paterno vivió los últimos trece años de su vida en mi casa y no tengo recuerdo que haya pronunciado mi nombre, ni el de mis hermanos, ni el de su hijo. Un Alzheimer agresivo, diagnosticado a sus 67 años, lo encerró en un bucle hasta su muerte. 

La enfermedad nos quitó de un tajo al abuelo de manos duras, barba blanca y con él al principal orador de mi familia paterna. Nos quitó el abrazo, el consejo y una parte de nuestra historia familiar.

De mi abuela Dolores sólo tenemos una fotografía a blanco y negro como recuerdo. Según dos de sus hermanas, murió a causa de una Esclerosis múltiple, una enfermedad rara y sin tratamiento en aquella época. En dos años mi abuela se consumió, perdió la visión y murió en el regazo de su esposo y de sus dos hijos: el mayor de tres años y el menor, mi padre, de ocho meses de nacido.

Las enfermedades han atravesado a mi familia paterna. Se llevaron a mi abuela y abuelo, y también la herencia de la memoria oral.

Para mí siempre ha sido necesario conocer la historia de mi familia, porque somos lo que son nuestras madres y padres, y lo que fueron nuestras abuelas y abuelos. En mi caso el pasado está vacío y hay un intento permanente de desvelar una historia sin la voz de los protagonistas.

Es como sentirse incompleta. Tener preguntas sin respuestas: ¿cómo se conocieron mis abuelos? ¿Qué les enamoró? ¿Cuándo se casaron? ¿Cómo fue la maternidad? ¿Por qué nombraron así a sus hijos? ¿A qué movimiento político votaron?

Los secretos, la comida, los olores, los gustos, las heridas, los duelos… todo en un vacío. 

Claro, también imagino sus demonios. ¿Será que esta terquedad y satisfacción permanente de tener la razón la saqué de mi abuelo? ¿Mi abuela también se tragaba todo lo que pensaba para evitar problemas? ¿De quién heredé estos silencios que ahogan durante días?  

La escritora vasca Aixa de la Cruz en su libro Cambiar de idea se pregunta: ¿Qué se puede hacer con el legado de nuestros padres cuando es un legado que humilla, pero es el único que nos queda? Se llega a un acuerdo. Se reescribe. Se profanan sus tumbas.

No sé si el legado hurtado por las enfermedades me hubiese humillado, pero en la reconstrucción de esta historia levanto pistas, recojo archivos, busco respuestas en las personas que conocieron a mis abuelos y les asigno virtudes y defectos. Me gusta imaginar a una abuela fuerte, matriarca, sembradora de sabiduría. Alta, de mirada firme. Y rearmo la historia con las cosas que recuerdo de mi abuelo. Un hombre vinculado a la política, de manos grandes, cuidador de la tierra y con un gusto particular por las Matemáticas.

Luego los junto y me miro en estas dos personas que se acompañaron hasta la muerte. Mi abuelo nunca se volvió a casar, a pesar de que enviudó joven y con la posibilidad de comenzar otra relación. 

¿Cuánto amaste a mi abuela? Es otra pregunta que nunca me pudo responder. 

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Quizá para muchas personas estos desvelos no sean importantes. Pero en mis madrugadas eternas, me pregunto por la historia que fue eliminada por las enfermedades. Y sí, soy honesta, también me imagino que lo único que heredaré de ellos será el diagnóstico. 

He puesto sobre mi mesa de noche la posibilidad de un diagnóstico de Alzheimer, que según algunos estudios es hereditario. Entonces: la imposibilidad de contar a mis hijos o mis nietos -aún inexistentes- de dónde venimos. 

Imagino y me aterra que esa memoria oral, que es la forma más antigua y más humana de mantener la historia individual y colectiva, siga desvaneciéndose. Ojalá que estas enfermedades también se pongan viejas y pasen de moda. Y si no es así, que este desvelo sirva para seguir armando el rompecabezas de mi historia familiar. 

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