agosto 25, 2021

El estrés y yo

By In Ensayos

No, I don’t need no help

I can sabotage me by myself

Don’t need no one else

I can sabotage me by myself

Caught in the middle | Paramore

Sentía que no podía levantarme de la banca en medio de un salón vacío. Estaba en cuarto año de primaria, tenía 9 o 10 años y por segunda vez la colitis nerviosa me había imposibilitado para seguir tomando clases, la primera ocurrió en tercer año cuando la maestra dijo algo sobre una mala calificación. Así descubrí cómo el estrés podía manifestarse en mi cuerpo. 

No sé por qué soy así. Mis papás recuerdan que los presionaba para que se dieran prisa porque no quería llegar tarde al jardín de niños. ¿Quién se preocupa por llegar tarde al preescolar? 

No sé por qué soy así. Sé que es una de las cosas que mi madre cambiaría de mí porque siente que me hace disfrutar menos la vida. 

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Como muchos habrán adivinado para este punto, fui una niña de esas que llaman de “excelencia”, es decir, una boleta plagada de 10 y a la que un 8 le podía llevar a tener esa inflamación abdominal. 

Así llegué a la secundaria, donde la exigencia de un promedio de 9.5 para continuar con un apoyo académico me trajo una bola en la muñeca y un sarpullido en la espalda que se iban apenas iniciaban las vacaciones. Y la lista puede continuar de preparatoria hasta séptimo semestre de la universidad, con otros síntomas en la lista, como una mancha en la mano o momentos irregulares en mi periodo menstrual. 

Pero ahí aún no tocaba fondo. 

Ilustración de @estalloviendowe
Mente-Cuerpo-Estrés

Somatizar. Todo lo malo que pasaba en mi mente durante esos picos de estrés terminaba como un pequeño foco rojo en mi cuerpo. Foco al que yo no intentaba apagar porque al final sentía que eso era algo que me definía: la niña, la adolescente, la joven que buscaba hacer las cosas bien porque no podían ser de otra manera. La niña extremista que o hacía las cosas muy bien o en último tramo se trababa y se tiraba al suelo para perderlo todo. 

***

Ciudad de México,verano, 2018

L acababa de irse y a mí me invadió lo que en esos tiempos identificaba como una profunda tristeza difícil de explicar. No podía estar sola porque los pensamientos malos acerca de mí misma y de lo que había hecho las últimas semanas me invadían de inmediato. Sentí un nudo en la garganta que no sabía si eran ganas de llorar o de vomitar, intenté hacer lo segundo. También intenté sacar todo lo que cargaba emocionalmente en un blog secreto que escribía entonces. Se lo mandé a L como un grito de ayuda, esperando poder explicar lo que pasaba conmigo. Me leyó y me dejó dormir en su departamento hasta que me calmé. Al día siguiente fuimos a correr intentando buscar un alivio. Me sentí cuidada. 

Creí que eso había sido un ataque de ansiedad. 

Meses después, cuando decidí ir a terapia porque no podía sostenerme muy bien a mí misma, la psicóloga me dijo que, en realidad, todo había sido una acumulación tremenda de estrés. 

***

Como universitaria sabía qué quería ser: una buena periodista. Pero la realidad es que la mayor parte de mi formación la dediqué a ser buena estudiante. Que no necesariamente es malo, pero tampoco necesariamente bueno. Alrededor de siete semestres de mi carrera me dediqué a mantener un promedio al que estaba acostumbrada. Hasta que llegó octavo y no fue la escuela la que me golpeó, sino la vida, fue la muerte misma. 

La muerte repentina de P le metió una pausa a todo. ¿De qué me habían servido alrededor de 18 años de tensión si me podía morir mañana? ¿De qué valía siquiera intentarlo? El plan que según yo tenía claro de pronto me pareció carente de sentido. 

Festival Coordenada GDL, octubre 2017.

Pasé casi un año de confusión. En el camino sentí que un concierto me salvó un poco de mi luto, de la vida. Era octubre. Para diciembre, cuando terminé toda esa etapa estudiantil que los padres esperan que realices, no sabía si podía hacer algo más, seguía sin responderme bien qué seguía. 

Entre finales de 2017 y principios de 2018, volví a activar todo con una pregunta: “¿quieres ser periodista?” Un taller en la Ciudad de México de cierto periódico importante a nivel nacional me regresó a mi meta. 

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Atypical. Temporada 4. Episodio 7. Última escena.

“En sus marcas, listos, fuera”. 

Casey no corre. Casey se queda trabada. Casey decidió dejar de hacer lo que más amaba porque ya no podía con tanto. 

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No quiero culpar a nadie. Sostengo que lo que pasó en el verano de 2018 fue una mezcla de todo: un luto que no había cerrado, el estrés y autoexigencia que tronó mi salud mental, la presión exterior sin mucho sentido, una relación sexoafectiva que se vio golpeada por todo y que golpeó a todo.

Antes de aquella tarde en que sentí náuseas hubo otras de llorar al teléfono con mi mamá, de llorar en el pecho de L preguntándome una y otra vez si era lo suficientemente buena, si había elegido la carrera correcta, si soñarlo bastaba, si yo bastaba para estar ahí, ¿por qué no podía ser eso que había soñado? Sentía que me faltaba todo. 

Ciudad e México, verano de 2018

Y la cosa no era tan trágica: un taller, ocho semanas, 20 personas increíbles que conocí, buscar un puesto, ser calificado. Esa última me pesó mucho. Y, como dije, no culpo a nadie más que a mi exigencia, cada crítica la tomaba personal y, a veces, en lugar de ir y hacerlo mejor, se me cerraba el mundo, como en la infancia cuando no entendía un problema de matemáticas y lo dejaba como no resuelto. 

Entonces me detuve. Me quedé trabada. Me decidí a dejar ese sueño y regresar como el mayor de los fracasos a casa de mis padres. El plan ahora había cambiado: la meta era dejar de llorar. Por el luto no cerrado, por la ruptura reciente, por el fracaso.

Somaticé en puro llanto. 

Cuando te deja de gustar lo que te amas

Atypical. Temporada 4. Episodio 8. 

Sentada en una silla, Casey comienza a explicar qué pasó en la carrera. Ella intenta hacerlo con la historia de Maureen Wilton, la niña de 13 años que se volvió una sensación en el atletismo. Resume toda esa historia en: dejó de hacer algo que amaba, porque dejó de ser divertido, dejó de gustarle. 

Imagen propiedad de Netflix.

Casey es hermana de Sam, el protagonista de la serie, un joven con autismo que ama los pingüinos y va descubriendo cómo ser en el mundo. En una dinámica con una madre que extrema el papel de cuidadora, con un padre algo desatendido hacia su hermano, ella encuentra cómo sacar sus problemas de enojo cuando empieza a correr. El atletismo es un pilar del personaje. 

¿Qué pasó para que llegara a esto en los capítulos 7 y 8? Recibió una beca en una escuela importante (en la que no se sentía ella misma), redescubrió su orientación sexual y se encontró entrenando como loca (con algo de presión de su papá) para entrar a una universidad a la que no había considerado hace unos meses. 

Durante toda la temporada la vemos comerse las uñas y acabar con sus manos por la presión.

Casey concluye la historia de esta corredora contando como muchos años después volvió a hacer lo que le gustaba, pero esta vez con calma, por placer. Eso es lo que Casey quiere para sí misma. 

Buscar y evadir 

A menudo me repito los momentos de 2018 para recordar que no quiero sentirme así de nuevo. Cuando volví a la ciudad, dos años después, lloré en un autobús camino a casa porque sentía que no iba a lograrlo en el puesto por el que me había mudado. Pero esta vez decidí quedarme.  

Pueblo de Santa Fe, CDMX, 2020.

Desde entonces no había tenido focos rojos en mi cuerpo, a pesar de la pandemia, no hasta enero de 2021 cuando me avisaron que me pagarían menos por unos meses. Entonces pasé muchos días sin querer quedarme dormida para no tener que toparme con la realidad a la mañana siguiente. De nuevo, decidí no huir. 

El escape, la renuncia y la pausa son mis respuestas ante algunos momentos de tensión. La falta de síntomas me hacen preguntarme si realmente he conseguido avanzar a pesar del estrés o si solo he decidido evadirlo. La idea de que hago lo último me preocupa por sí sola y me ha llevado a escribir una lista de cosas por hacer en el día que nunca puedo acabar y pareciera que esa sensación me es tan familiar que a veces busco detonarla. Es la niña de 9 años perfeccionista ganando. Por eso intento que la mayor parte del tiempo lo haga la calma. Que me perdone el mundo por eso.

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