Irlanda siempre fue un país muy lejano para mí. No solo en términos de distancia, sino también en conocimiento. No conocía su cultura, gastronomía, donde estaba ubicado (pensaba que era parte de Reino Unido, cosa que me haría recibir odio de todos los irlandeses, ya que el país está dividido en Irlanda del Norte y República de Irlanda y solo el Norte aún está bajo control de los ingleses – una cosa un poco complicada para un país con solo 7 millones de habitantes).
Tomé la decisión de mudarme a Irlanda muy rápido. No estaba contento con mi trabajo en Brasil – vivía en Joinville, una ciudad en Santa Catarina, y tenía una relación un poco complicada con mi jefa: fue la primera vez que me sentí incompetente y que mi trabajo no era tan bueno (¡hola, síndrome del impostor!). También había terminado una relación de cuatro años, lo que me hizo sentir que no había nada más ahí para mí. En enero de 2012 salí de ese empleo, contacté una agencia de intercambio, arreglé mis cosas y en marzo ya llegaba a este país desconocido que era Irlanda.
Bueno, no todo ocurrió así, de una manera tan fácil. Me desesperaba todos los días, pensaba que no iba encontrar trabajo, que todo mi dinero terminaría en una semana y que volvería después de un mes a Brasil.
Elegí una fecha estratégica para llegar a Irlanda: dos días antes de la celebración de San Patricio, el feriado más conocido de aquí, conmemorado en muchas partes del mundo. Tenía mucha expectativa de cómo sería esta fiesta. Compré mi sombrero de leprechaun irlandés, mi vaso descartable de café para poner la cerveza (no se puede beber en las calles en Irlanda) y encontré unos amigos de amigos. Para nosotros que venimos de Brasil, acostumbrados con el carnaval y otras fiestas regionales, la parada es decepcionante. Imaginen algunos coches que representan algo de Irlanda, sin ninguna secuencia para contar una historia, cada uno con una canción diferente. Muy confuso. Pero era algo nuevo y yo disfruté como si fuera un desfile de una escuela de samba campeona de Brasil.

Después de recuperarme de ese fin de semana, tuve un choque de realidad. Volví a ser un estudiante, tenía clases de inglés todos los días por la mañana y también tenía que encontrar un trabajo. Por un momento pensé que tenía una chance de conseguir algo relacionado con mi carrera en Brasil, pero la verdad era que tenía una visa de estudiante y los trabajos disponibles eran servicio al cliente. Yo estaba viviendo una aventura, entonces estaba abierto a todo. Empecé en la segunda semana a aplicar para todo tipo de puestos: camarero, vendedor en tienda de ropas, hoteles, etc.
En realidad temía, desde antes de llegar a Irlanda, que solo iba conseguir un puesto de camarero, que no me acordaría de los pedidos, me caería con todos los platos llenos de comida, etc, etc, etc.
Mi primer empleo “de verdad” fue en una empresa de alimentación, también muy conocida en Brasil. El verano estaba empezando (que en realidad no existe por aquí), entonces yo estaba allí para cubrir personas en diferentes puestos que estaban de vacaciones. Esto me pareció interesante en un principio, pero en las primeras semanas estaba en la función de lavaplatos. La unidad en la que empecé a trabajar tenía unas 1500 personas que almorzaban todos los días. Multipliquen este número de personas por unos 3 tipos de vajilla: plato, plato de postre, caldero de sopa, etc. Para completar, dos personas y yo trabajábamos en un espacio muy pequeño, como una caja caliente, donde no paraban de llegar platos sucios. Básicamente el infierno. Mi primer trabajo como inmigrante, pero necesitaba dinero, no había espacio para reclamos.
“No había espacio para reclamos”… jajajaja. Yo reclamaba todos los días. Todos. En los primeros días salí más tarde porque me llevaba mucho tiempo lavar las ollas gigantes de sopa que estaban siempre quemadas al fondo. Las odiaba. Odiaba también los días de lasaña porque siempre se pegaba en la fuente y eran difíciles de lavar. La lasaña era una de mis comidas favoritas… creo que ya no lo es más.
La situación en el trabajo mejoró muchísimo. Después de algunas semanas como lavaplatos, la chica que trabajaba en la cafetería salió de vacaciones por dos semanas y me llamaron para sustituirla. Fue como salir del infierno, recibir el perdón de Dios y llegar al paraíso. Una paz. La cafetería estaba dentro de una empresa que ya ofrecía café de máquina gratuitamente, entonces no eran muchas las personas que pagaban por el café “especial” preparado por mí. Raramente había colas, las personas que compraban eran agradables (la mayoría) y yo tenía tiempo para charlar un poco con ellas sobre el clima (asunto oficial de conversaciones en Irlanda). Descubrí una vocación. Yo era bueno preparando café y recibí muchos elogios, que creo que llegaron hasta mi jefa. Cuando la persona que trabajaba en el periodo de la tarde tuvo que salir por problemas con la visa, fui oficialmente promovido a barista. Ahora sí. Tranquilidad en tiempo integral. El sueldo era el mismo, pero el trabajo era mucho más fácil.
Odiaba a los clientes. Me gustaban solo dos o tres. También me aburría porque los días eran todos iguales, los clientes llegaban siempre al mismo horario y hacían los mismos pedidos. Pero lo que más odiaba era el asunto del clima. Ah, y algunas veces me preguntaban sobre fútbol, solo porque soy brasileño, y toda las veces decía que no me gustaba y no alentaba a ningún equipo.
Después de casi 3 años, me quedaba sólo uno con la visa de estudiante. Llegaba el momento de elegir qué hacer. Mis opciones eran empezar una universidad para continuar como estudiante (no podía más hacer curso de inglés) o casarme con un europeo (la opción más difícil para mí, un frío acuariano que disfruta de la libertad). Ninguna de estas me apetecía. Ya estaba pensando en la posibilidad de volver a Brasil, pero un día hablando con mi mamá por videollamada, me dijo que había un primo, que yo no conocía, haciendo el proceso de ciudadanía italiana. Luego que terminé la llamada lo contacté por Facebook. Me dijo que estaba con problemas en el proceso, pero que ya tenía el documento principal: el certificado de nacimiento de mi tatarabuelo italiano. Cachim ¡Gané la lotería!
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Empecé a buscar asistentes para ayudarme con el proceso en Italia. Si no te suena familiar, los asistentes son brasileños que hablan italiano y que viven en pequeñas ciudades de Italia. Básicamente conocen el sistema público de allí, entonces pueden auxiliarnos con el proceso. Como esto es muy común entre los brasileños viviendo aquí en Irlanda, encontré el conocido de una colega que había vuelto hace poco de una ciudad cerca de Venecia para presentar sus documentos y me indicó su asistente. Era una brasileña viviendo en Bassano del Grappa (50 min en tren desde Venecia) muy divertida y con ganas de darme todo el soporte necesario en pocos meses, ya que mi visa vencía en tres o cuatro, no tenía mucho tiempo. Avisé a mi primo que ya teníamos asistente, solicité la lista de los documentos necesarios y contacté a mi mamá para que empezara a buscarlos en el registro civil de Brasil.

Después de algunas semanas, llegué a Italia. Fue todo un poco como un sueño. Era algo que ya había visto ocurrir con algunos conocidos, pero no me parecía real. ¿Recibir la ciudadanía de un tatarabuelo? ¿Hacer un proceso con un primo que no conocía? Bueno, era mi única opción y ya estaba en Bassano del Grappa, una ciudad pequeña pero muy linda al norte de Italia. María, la asistente, era una mujer encantadora, muy simpática y parecía como la alcaldesa de la ciudad, saludaba a todos. El primer día en la Alcaldía para que diéramos inicio al proceso, María habló muchísimo con una chica y parecía que peleaban un poco. Cuando salimos, ya pensaba en lo peor (creo que no soy muy positivo), creía que no aceptarían mis documentos por cualquier razón. Pero, cuando estábamos un poco más lejos de la puerta, María me abrazó y sonrió mucho: “darán inicio al proceso”, me dijo. Y así fue que confirmé que los italianos cuando hablan parece que están peleando, normal. Aún así nunca me quedaba tranquilo cuando iba con María a la Policía o a la Alcaldía para firmar algo. Era siempre una tensión y me sentía un niño que no sabía comunicarse. Después de dos semanas así, volví a Irlanda con el objetivo de aprender italiano.
Mamma mia! Yo no parlo Italiano (no hice ni una clase en Duolingo para intentar aprender)…y aún tengo dificultades con el español, jejeje.
Las semanas siguientes fueron de espera. No había nada más que hacer, sólo tenía que esperar la voluntad del gobierno de esa pequeña ciudad en Italia. Yo pensaba mucho en el sistema público de Brasil, una burocracia enorme, una desorganización (recuerden que pienso siempre en lo peor). Y para terminar, mi visa en Irlanda iba a expirar en tan sólo tres meses. Aún tenía la esperanza de que todo se resolviera en algunas semanas, pero sabía que las chances de quedarme sin visa en Irlanda eran altas. Faltando un mes para el vencimiento, fui a la oficina de inmigracion en Dublín para intentar una extensión “¿Esperando la ciudadanía italiana? Pues espera en Italia”. Así dijo el oficial de inmigración, seco y con el carisma y educación de una puerta. Bueno, yo también no era siempre simpático y agradable trabajando en la cafetería, pero nunca así de hostil. Ahora estaba más que desesperado. Tenía el corazón en la boca. ¿Qué haría? No sabía si podría continuar trabajando, si era mejor no contarle a mi jefa y esperar hasta que todo estuviera resuelto.
Pero claro que ella me preguntó antes de que yo pensara qué haría. “¿Ya tienes la visa o el nuevo pasaporte?” Yo le dije la verdad. Estaba todo bien con el proceso, pero no tenía ni idea cuándo recibiría los documentos italianos. “¿Pero estás seguro de que llegarán?”, me preguntó. Solo contesté que sí. Ella concordó y nunca más hablamos de eso.
Continué trabajando normalmente. La visa ya había expirado hacía un mes. Ya no tenía más miedo de perder el empleo, pero sí de que el gobierno tocara a mi puerta y me dijera: ¿qué haces aquí trabajando sin papeles? Era un miedo diario. ¿Sonaba el teléfono? El gobierno. ¿Llegaba una carta? El gobierno. ¿Tocaban la puerta? El gobierno y diez policías más. No fue uno, ni dos, sino casi tres meses así, todos los días. Hasta que recibí un mensaje de María: “¡su acta de nacimiento llegó!” ¡Qué maravilla! Ahora solo necesitaba ir a Italia una vez más para recoger los documentos y ya está. Gracias, tatarabuelo. No te conocí pero te amo.
Fui a Italia una vez más, ahora solo necesitaba tener mi identificación y el pasaporte. Pude retirar el documento de identidad en esa misma cita, (se parecía a mi carné de escuela de 1990, pero ok). El gobierno italiano aún iba a enviar el pasaporte a mi casa en Irlanda, pero como en Europa podemos viajar solo con la identificación, ya tenía lo suficiente para volver a Irlanda y al trabajo, ahora legalmente otra vez. Llegué al aeropuerto de Italia y al pasar por la migración con mi identidad Italiana, el fiscal ya empezó a hablar Italiano, claro. Creo que yo contesté algo como “grazie, ciao” (las dos únicas palabras que conozco) y tomé mi vuelo para Irlanda.
Mi vida había vuelto a la “normalidad”, cuando una amiga me avisó que iba a casarse en agosto (estábamos en febrero) y yo iba a ser uno de los padrinos. Tenía que ir a Brasil, claro, no iba a perder la boda de una amiga tan cercana. Pero viviendo en otro país tenemos siempre la sensación de estar perdiéndonos algo, una culpa constante por estar lejos de la familia y de los amigos en momentos importantes, entonces cuando vi esta oportunidad de de ir a Brasil para una boda, pensé también: ¿por qué no quedarme por más tiempo y estar ahí para la boda, para el cumpleaños de mi primer sobrino en noviembre, y ya que diciembre está tan cerca, por qué no quedarme para navidad y año nuevo? No iba a Brasil hacía más de dos años, al quedarme ahí por seis meses, más o menos, tendría la oportunidad de hacer todo lo que quería: ver a todos mis amigos, viajar, estar más tiempo con mi familia, etc. “Ahora tengo ciudadanía, puedo volver y encontrar un empleo más fácilmente”, pensé.
Siempre fui una persona más racional, que piensa mucho antes de tomar una acción, pero viviendo en otro país algunas veces soy más impulsivo. Lo emocional en situaciones como esa pesa un poco más, y fue lo que pasó ahí. No pensé dos veces antes de tomar esa decisión. Alquilé mi habitación a una amiga, dije en mi empleo que volvería en tres meses y fui a Brasil.

Los primeros días fueron increíbles. La preparación para la boda, ver a mi familia y amigos, conocer a mi sobrino. Pero después de algunas semanas ya estaba un poco aburrido con todo. La realidad de estar en Brasil, Sao Paulo, mi ciudad natal, era totalmente idealizada. La vida de todas las personas aquí siguió mientras yo estaba fuera. Algunos amigos se casaron, otros tuvieron hijos, pero viviendo en otro país, sentía como si la vida hubiese sido congelada. ¿Sabes cuando tienes sueño y pausas una serie en Netflix y al otro día puedes volver a la misma escena? Era esa sensación la que yo tenía antes de venir. Pero la serie continuó y en realidad ya estaba en otra temporada.
No fue fácil encarar la realidad, que yo estuviera ahí de visita después de mucho tiempo no quería decir que todos deberían tener 100% de su tiempo y atención en mí. Esa era la idealización de la realidad que tuve antes del viaje y no fue fácil aceptar que no era real. Pero aún tenía muchos meses para disfrutar. Aceptando, claro, que en Sao Paulo hay más de 12 millones de personas y no soy prioridad de nadie.
Fueron seis meses que pasaron muy rápido. Hice muchas cosas, incluyendo un viaje a América Central por un mes, pero en cada visita salía con la impresión que no hice o disfruté de todo lo que podía. Todas las veces que volví a Brasil, salí con esta impresión. No importa si me quedé por tres semanas o seis meses. Seguro que esta es una condición más de vivir en otro país: no estar satisfecho con el tiempo que te quedas en tu país de origen o de las cosas que hiciste o dejaste de hacer.
Volver a Irlanda después de este tiempo fue una readaptación. Claro que no como la primera vez que llegué aquí, pues ya tenía un empleo, una habitación, amigos, etc. Pero hay siempre una sensación de no pertenencia, que no soy más de Brasil, pero aquí tampoco no es mi hogar. Vivir aquí ahora no es más una novedad. O como no hay mucho más que descubrir o conocer, estoy siempre con ganas de buscar algo más, tal vez para intentar sentir otra vez todo lo que sentí cuando llegué a Dublín: que yo podría ser una versión mejor de mí, dejar todo el pasado atrás y empezar otra vez.
Ahora, en este país que me recibió muy bien, que me ha proporcionado tanto, vivo una vida cómoda. Cómoda en muchos sentidos: por vivir solo con mi hermano en una casa que ofrece todo lo que necesitamos, por tener un trabajo que me paga lo que necesito para las cosas básicas y también para viajar, que es una de las cosas que más me gusta. Pero también es una comodidad que me aprisiona. Intento cambiarme de país hace algunos años, pero no es fácil salir de una situación…bueno, cómoda (no sé cuántas veces voy a repetir esta palabra). Y siempre pasa algo que hace quedarme aquí por un año más (ya son 12, y contando…) Hay algo en Irlanda que no es fácil explicar. Tal vez sea esta suerte del trébol irlandes que me ayuda en los momentos más difíciles. Tal vez tenga que aceptar que este es el país en el que voy a vivir por más años. Pero estoy seguro que voy a tomar la decisión correcta en el momento cierto. Y yo, acompañado de todas mis versiones, tendré muchas otras historias en el futuro.