octubre 25, 2024

Jardines secretos, una forma de escapar pero también de conectar

By In Análisis

Por: Anilú Alvarado

I hate it here so I will go to

secret gardens in my mind 

Taylor Swift

¿Qué son los jardines secretos? Siempre  me llaman la atención las metáforas que los cantantes usan en sus canciones y esta no fue la excepción, me daba curiosidad que Taylor Swift le llamara así a lo que yo usualmente llamo disociar o que otros le dicen “perderse en las nubes”. Pero a lo que creo que se refería era al libro de Frances Hodgson Burnett El jardín secreto, que habla sobre este mundo verde y precioso en el que te puedes perder y olvidar por unos momentos los problemas que tienes en la vida real.

Realmente me gusta esa manera de interpretarlos, como ese algo que te hace olvidar todos tus problemas, ver una película, hornear, pintar, ese tipo de cosas que te recuerdan que no es el fin del mundo, que a pesar de lo mal que parezca todo, siempre hay una solución. Creo que todos tenemos nuestros “jardines secretos”, algo a lo que recurrimos cuando nos sentimos mal, cuando buscamos consuelo, el deseo de escapar, o simplemente buscando confort.

Foto de jc herrera

La literatura es uno de los mejores jardines secretos que existen, o al menos es uno de los míos. Cuando era más chica no creía que los libros fueran el mejor escape, ya que lo que me encargaban leer era a Don Quijote y a los once años  me parecía de lo más tedioso (me sigue pareciendo tedioso), prefería pintar, bailar, cantar o cualquier cosa pero que no tuviera relación con los libros. Tiempo después, en la secundaría, me encargaron leer Diario de un ostión de Flor Aguilera y A la velocidad de la música de Andrea Ferrari, dos autoras latinoamericanas que me dejaron enamorada, ya que son libros que están escritos para adolescentes, esa etapa tan extraña en la que no sabes qué está pasando contigo pero quieres solucionarlo, pero al no saber qué te pasa no sabes cómo, en la que quieres hacer de todo pero a la vez no quieres hacer nada, y en mi caso había también un deseo enorme de sentir que encajaba en este mundo. Andrea Ferrari me demostró que leer no es aburrido, simplemente yo estaba leyendo cosas que no eran para mí, con su historia policial me tuvo al borde de mi asiento para descubrir cómo es que Soledad, una chica de quince años, resolvería el misterio que ni la misma policía lograba resolver. Flor Aguilera me hizo sentir representada en su protagonista Isabel, una niña que acaba de cumplir los dieciséis y que —igual que yo en esos momentos— no entendía muy bien qué sucedía, entonces plasmaba sus pensamientos y vivencias en su diario. Isabel me hizo ver que todas mis emociones son válidas, que no necesito cambiar nada de mí para encajar y que si es así entonces ese no es mi lugar.

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Foto de Manu Messina

Diario de un ostión me llevó a escribir, quedé tan enamorada de la historia de Isabel que quise contar la mía, quería encontrar mi historia. Era plena pandemia y el estar tanto tiempo encerrada hacía que mi imaginación se perdiera no sólo entre páginas de libros sino también en mis propias palabras, el sentir que no estaba viviendo la adolescencia que Disney Channel me había enseñado en Teen Beach Movie, el deseo de ver a mis amigos no sólo mediante una pantalla, mis ensoñaciones de romántica empedernida en las que Mr. Darcy vendría por mí para llevarme a Pemberley y vivir felices por siempre, solamente quería sentirme comprendida por alguien que fuera de carne y hueso y no de papel. Todo eso desbordó en ríos y cascadas de poesía y cartas para mí misma, pero al sentir que no eran lo suficientemente buenas decidí encerrarlas bajo llave y la única persona que tuvo acceso a estas durante mucho tiempo fue Sofía, pues era la única persona que me hacía sentir que mi fanatismo y ensimismamiento no era algo malo.

Entrar a la prepa fue algo extraño, el primer semestre para mí fue terrible, sentía que todos iban tres pasos por delante y parecía que no era mi lugar, así que me refugié aún más en mis jardines secretos, y me esforcé aún más por esconderlos del mundo. A mitad del semestre conocí a Paulina y todo gracias a que compartimos el mismo jardín secreto, la lectura. Hubo algo en ella que me dio esa confianza para hablar de algo que tanto amaba sin sentirme juzgada o ridícula, nos pasamos toda la hora de inglés hablando de libros y nuestros cantantes favoritos, resulta que también compartimos el amor por One Direction.

Gracias a esto y con el tiempo descubrí dos cosas: la primera es que no necesito guardar bajo llave mis jardines ya que estos muchas veces ayudan a que conectes con las demás personas, y que no sólo es una forma de escapar sino que también me han ayudado a conocerme más. Podría pasar horas hablando de todo lo que las comedias románticas y escribir en mi diario me han enseñado, y tal vez suene tonto decir que me ayudaron a descubrir más sobre mí misma pero es que realmente así fue; me abrí a la idea de que tal vez era asexual o demisexual y creo que ha sido el aprendizaje mas importante de mi corta vida. Cuando leí Heartstopper de Alice Oseman y La Hipótesis del Amor de Ali Hazelwood aprendí sobre la asexualidad y la demisexualidad, cuando nunca había oído hablar de eso en ningún lado. 

Entendí que al escapar a estos mundos de hadas, cartas de medianoche y besos bajo las estrellas, había más que sólo algo para entretener, me hacían cuestionarme situaciones que yo podía ver en el día a día, me hacían entender mejor mis emociones, me hacían ver el mundo de una forma distinta. Y no solo eso, sino que también empecé a conectar con muchas personas a mi alrededor, que tal vez no tenían el mismo jardín pero de una u otra forma conocer los suyos y viceversa creaba grandes vínculos. Creo que de eso se tratan los jardines secretos, de dejar volar nuestra imaginación para poder entender mejor quienes somos.

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