octubre 27, 2021

Homologando el discurso

By In Análisis

A veces visibilizar nuestra lucha nos hace ser crueles y no lo vemos. Hay miles de situaciones personales en todo el mundo que pueden hacernos clic y por las que entramos a una lucha profunda y colectiva que no podemos evitar gracias a la hiperconectividad que gozamos. Ahí, cada quién es su héroe personal y lo que quieres lograr para unos es válido y para otros es un insulto profundo.

De la misma manera en la que todos quisiéramos solucionar los males subjetivos que nos torturan por las noches, poco a poco se nos ha concedido cierto poder como usuarios capitalistas dentro de la llamada democracia del internet: si nosotros le damos voz a una causa podemos lograr igual que la presión mediática finalice con la cárcel para un abusador que lleva años impune, o terminar viendo como Liverpool trata de vendernos unas botas como “feministas”.

Hemos visto en acción una balanza entre el poder mediático y el castigo a quienes – honestamente- ya era momento de ver en aprietos. Tenemos a una generación que constantemente agrede a manera de reclamo, una característica en teoría sensible que aqueja a quienes señalamos y alzamos la voz ante injusticias perpetradas por parte de cierta hegemonía social que, sin sorprendernos, siempre termina por oprimir a las víctimas.

De esa generación nació lo que conocemos como cultura de la cancelación.

Los primeros cancelados

La llamada cultura de la cancelación tiene muchas temporadas teóricas de inicio. En algún momento se le comenzó a denominar poder del fandom cuando un grupo de usuarios que tenían un tema en común o seguían a un artista específico (de forma prácticamente religiosa) comenzaba a realizar ciertas acciones organizadas en las redes sociales, ya sea para obtener algún tipo de visibilidad mediática o para boicotear situaciones a modo de defensa del arte en cuestión que pudiera estar en peligro según su muy particular forma de verlo. 

Más de esta desvelada: Oda a ti persona invisible

Luego llegaron otras denuncias y movimientos. En 2014 era muy común leer a varios tuiteros afrodescendientes denunciando en redes personas públicas que fueron racistas e intolerantes, después la experiencia más fuerte de cancelación fue el internacional movimiento  #MeToo.

Cuando casos archivados desde hace años gracias a la corrupción e influencias sobre las acusaciones respecto a las violaciones cometidas por Bill Cosby fueron denunciados en redes sociales y toda la comunidad se pronunció a favor de las víctimas, de pronto cientos de nombres de figuras poderosas comenzaron a salir y finalmente una sensación de justicia comenzó a sentirse en el ambiente. 

Esto es lo que tiene de interesante el fenómeno, la solidaridad de los grupos desprotegidos provocó que la unión del internet no se base sólo en el entretenimiento o en las tendencias, sino en el empuje de verdaderas causas sociales, en experiencias que te reflejan y en el consumo en común de ciertos contenidos que te identifican de maneras profundas. 

Precisamente eso también puede llevar a que a veces sea doloroso ver cómo tus ídolos se caen a pedazos cuando exponen sus comentarios, discursos de odio o delitos de forma viral, provocando que  el vínculo entre una celebridad y el usuario se destruya.

Nos encontramos en un momento de la humanidad en el que nos sentimos obligados a tener posturas precisas, documentadas y profundas de TODAS las luchas. 

 La cancelación como herramienta de justicia

Aquí va la definición de la cultura de la cancelación parafraseando a la web Merrian Webster: “Cancelar tiene un nuevo uso. Cancelar o la cultura de la cancelación comienza cuando se elimina el apoyo a figuras públicas en respuesta a un comportamiento u opiniones cuestionables. Esto incluye boicots o rehusarse a promover su trabajo”.

Una de las razones por las que la cultura de la cancelación asusta tanto es porque el mundo cambió (y lo sigue haciendo), ahora las personas comunes poseemos el acceso a herramientas que de cierta forma democratizan las ideas. Lidiar con este cambio puede ser complicado para quienes se beneficiaban de las estructuras antiguas. ¿Cómo callar y controlar algo que es tan volátil? Millones de mensajes y de post en un minuto debe ser apabullante.

Imagen de Shutterstock

La palabra censura viene prácticamente de la mano cuando googleas algo sobre este tema, incluso la ahora cancelada JK Rowling firmó un manifiesto con otros artistas en contra del “clima intolerante” que rodea la libertad de expresión en la actualidad.

Y es que supongo que debe ser difícil para ella (aunque creo que lo fue más para nosotros) no comprender del todo que discurso de odio no es libertad de expresión, ya que vulneran los derechos de otras personas. Su transfobia y evidente incapacidad de reflexionar sobre el asunto ha hecho que sea prácticamente imposible para sus fans y el público en general querer pasar por alto tales discursos y acciones.

Arma de doble filo: un gran poder conlleva una gran responsabilidad

Este poder mediático que hemos conseguido como consumidores, quienes al boicotear una marca hemos logrado presionar para que despidan a alguien e incluso cancelen proyectos ha detonado también otro tipo de efectos colaterales en torno a estos temas.

Tan solo los mexicanos pasamos un promedio de 9 horas diarias en internet, de ese tiempo mínimo permanecemos 3 horas y 27 minutos usando redes sociales. 

En todo ese tiempo, múltiples artículos y contenidos llegan a nosotros promovidos por diferentes causales algorítmicas y de grupos que han encontrado precisamente en el apoyo mediático una vía para promover fines personales o con intenciones malversadas. Es evidente que no todos pensamos de la misma manera ni nos mueven las mismas cosas.

Así, una de las problemáticas que se dan en algunas cancelaciones es que simplemente son críticas y no llegan realmente a afectar al artista. 

Hablemos del caso de Kanye West, quien apoyó al presidente Donal Trump con unas declaraciones racistas: dijo que las personas afroamericanas probablemente fueron esclavizadas por elección propia, ya que los límites son mentales y no sistemáticos. Ante tales comentarios los resultados fueron virales y todo apuntaba a una cancelación, pero al mes sacó un álbum nuevo que llegó al primer lugar en las listas Billboard.

Otro ejemplo más de que a veces la supuesta cancelación en redes sociales simplemente no es suficiente es el de R. Kelly, quien fue condenado por tráfico sexual, pero su música se popularizó en un 517%

Por último, para ejemplificar el poder del fandom, los seguidores “tóxicos” de Steven Universe acosaron en 2015 a Christina Miller y ejecutivos de Cartoon Network por “obligar” a Rebeca Sugar (creadora de Steven Universe) a hacer una colaboración con Peter Browngardt, el creador de Tío Grandpa. 

Esto no paró en alguna queja o en dejar de consumir el episodio, sino que Christina recibió amenazas de muerte por haber siquiera pensado que un episodio crossover de este tipo era buena idea. 

El fandom que rodea a un artista no siempre refleja la intención de la obra. Si lo vemos desde un punto objetivo, esta caricatura ha ayudado muchísimo a la comunidad LGBTIQ y promueve el Body Positive. Y aunque un grupo muy amplio de fanáticos actúan como verdaderos bullies cibernéticos, en definitiva puedo decir que ellos no representan los pensamientos de todos los que consumen dicho contenido.

Nuestro papel como usuarios

Es lógico que los millones de usuarios de internet no podemos estar de acuerdo en una postura. Los grupos y subculturas dentro de la misma nos segmentan a tal grado que la publicidad se alimenta de dichas separaciones. 

Pero lo que sí es evidente es que más veces de las que nos gustaría admitir, no somos congruentes como usuarios. Por un lado luchamos contra el sistema pero seguimos consumiendo ciertos productos; en casos extremos nos aliamos para tumbar cosas que nos desagradan, y en momentos cómodos decidimos separar al autor de la obra, pero luego señalamos y acosamos a quienes no muestran congruencia en redes sociales.

Es importante ser responsables para evitar caer en el bullying mediático cuando alguien piensa diferente a nosotros (dejando de lado por supuesto a todo discurso de odio, el cual jamás debería ser tolerado).

No hay que olvidar que la fachada que mantenemos  de perfección no hace más que ocultar un lado oscuro que también nos pertenece. En las redes sociales se mantiene un perfil optimista, de éxito, donde todo se ajusta a la corrección política que apremia al buen comportamiento y costumbres.

La audiencia se ha transformado en “reactiva” y nos obligan a opinar, a producir contenido, a tener siempre a la mano el trending que llega a nosotros sin siquiera darle un verdadero repaso crítico a la situación, provocando que caigamos en manipulaciones mediáticas cada vez de forma más frecuente.

Es curioso porque se ha empezado a ver con un enfoque bastante duro las opiniones de los demás. 

Bajo esta premisa, se han buscado soluciones e invitaciones a ser mucho más responsables al momento de involucrarnos en una situación que amerite el retirar tu apoyo o accionar de una forma mucho más proactiva ante alguien que hace algo en lo que no estás de acuerdo.

Thom  Pulliam, de la revista Forbes, nos invita a reflexionar un poco en nuestro papel como usuarios en medio de una situación en la que consideremos que cierta persona atenta contra nuestros principios, yendo de la mano de la responsabilidad con los siguientes cuestionamientos:

  • ¿Qué especulaciones, excusas, reflexiones pueden hacer que comprometan los resultados positivos?
  • ¿Tengo confianza en mi intuición y razonamiento para comunicar las “red flags”?
  • ¿Cómo se manifiesta la falta de confianza? ¿Es debido a las acciones de otros fuera de mis circunstancias o son mis inseguridades?
  • ¿Comunico honestamente acerca de asuntos críticos? ¿Soy asertivo y confiable?
  • ¿Acepto la honestidad sin ofenderme a mí o a otros?
  • ¿Son todas las partes claras todo el tiempo?
  • ¿Examino todo el contexto antes de hablar?
  • ¿Puedo aceptar esta situación para mí y para otros?
  • ¿Si me siento saturado me tomo el tiempo de procesarlo antes de responder?
  • ¿Me he dado la libertad y a otros de no estar en lo correcto?

La responsabilidad que tenemos de forma individual en la democracia del internet es un tema que da pie múltiples debates tanto internos como externos, pero siempre va a ser algo de carácter personal, tan personal como lo es el momento en que alguien decide apagar el smartphone y desconectar su cerebro de la implacable jungla mediática.

Written by Brenda Matuk

Es comunicóloga les-cisgénero, maestrante en Marketing Digital & E-Commerce por la Universidad Internacional de la Rioja, docente universitaria, asesora y consultora especializada en branding empresarial, generadora de contenido y estudiosa de los comportamientos humanos dentro de los entornos virtuales y los e-sports. Dedicada a perseguir y tratar de comprender la evolución de las tecnologías y sus efectos sociológicos. Le encanta hablar de feminismo, derechos humanos y diversidad. Intensa videojugadora analítica, su drag queen favorita es Kim Chi y cultiva plantas carnívoras. Su gato se llama Salem. Ama aprender, pero ama más desaprender.

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