agosto 25, 2022

La fotografía fue su pecado

Un perfil de Alberto García-Álix, el hombre que no quería ser famoso.

By In Perfiles

Fotografías: Bicky Ramírez

Una foto ilustra a un hombre con antifaz orinando en un retrete. La mano derecha del sujeto sostiene su pene mientras que el brazo izquierdo cubierto de tatuajes se apoya en su cadera. Una trusa negra cubre sus nalgas. La foto está en blanco y negro. Es un desnudo, pero no es pornografía. El hombre es Alberto García-Álix.

Yo tenía 23 años cuando vi por primera vez aquella foto. Tomaba un curso de fotografía en el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, en mi natal Oaxaca. Como buena aficionada tenía a mis favoritos: Witkin, Víctor Ivanovski y Federico Gamboa.  Pero cuando conocí el trabajo de García-Álix sentí que ese era el tipo de fotógrafa que siempre quise ser, aunque mi amplio “criterio moral” me lo impedía.

“Ojalá pudiera conocer a García-Álix”. Esa fue la promesa que me hice en silencio durante una borrachera banquetera, sosteniendo una copita de mezcal. Una petición que hice al universo y que pensaba que era imposible, pero pues “¡chicle y pega!”

***

Cinco años después, durante el verano del 2017, me encontraba en Madrid, España. Había cruzado el Atlántico para entrevistar al señor Alberto con fines académicos, aunque en el fondo me sentía como adolescente en su primer concierto de Justin Bieber. ¡Al diablo la maestría! Estaba eufórica porque conocería a mí fotógrafo favorito. 

Aún recuerdo perfectamente ese día. La mañana del 4 de Julio.  Desperté muy temprano. Troté unos minutos y tomé el clásico desayuno en una pequeña cafetería madrileña: tostadas con aceite de oliva, salsa de tomate y café. Después me perdí por la Gran Vía cuando intentaba buscar unas medias que hicieran juego con el vestido que mi hermana me había regalado. Aún sigo reprochándome que hubiera sido mejor llevar un baby doll con ligueros y encajes para verme bien castigadora y, con mucha suerte, García-Álix me tomara una foto titulada: “La Bicky y sus botas”.

Me encontraba aterrada y nerviosa. ¿Por la entrevista? ¡No! Tenía miedo de que todo fuera una broma de mal gusto. ¿Y si me estaban engañando? ¿Qué tal si era un tratante de mujeres que se hacía pasar por fotógrafo? ¿Y si me cambiaban en Marruecos por un camello? Por esa razón mi amiga la Sac, quien me dio posada en Madrid, me acompañó. Además, ella conocía mejor que nadie esa ciudad. 

La dirección fue fácil de encontrar, pero el barrio no era como las calles de Malasaña o Lavapiés, todo lo contrario: eran calles áridas, simples, solitarias, rodeadas de negocios domésticos; carentes de esa arquitectura madrileña. Sac y yo salimos del metro. Caminamos hasta el final de una cuadra. Calle a la derecha y calle a la izquierda. Al fondo una casa amarilla de dos pisos mostraba el número 26. Un portón corredizo color negro me hizo dudar si era buena idea tocar el timbre o salir huyendo. Por inercia mí mano ya estaba presionando el botón.

—¿Quién?—, contestó una voz ronca. “¡Lo sabía, no es Álix!”, me autodije. 

—Soy Bicky, la chica mexicana que viene por la entrevista—, contesté.

—¡Oh claro!, un momento por favor.

Al cabo de dos minutos la puerta se abrió. Una mujer robusta con outfit vintage se asomó. Ella se estaba despidiendo, lo supuse por el bolso en su mano.

—No has avisado de esto—, expresó sorprendida la chica. Más tarde supe que esa mujer era la asistente del fotógrafo.

Y entonces… ¡allí estaba! Como en los libros, como en las revistas.  Como en las motos. Como en los autorretratos. Como en las biografías. Mi mente evocó el día en el que me encontraba en la sala de aquella biblioteca mirando las fotos de Álix y ahora yo estaba parada frente a él.

Por un momento tuve ganas de abrazarlo y decirle que admiraba su trabajo, que quería mirar como él, que me prestara sus ojos.  Pero no quise verme como una vulgar fan o una reportera de espectáculos acaparando la nota en un clásico “chacaleo”. No supe qué decir y un “hola” me pareció lo más prudente.

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***

Ahora entiendo que se debe ir por la vida sin prejuicio alguno. Juzgué la colonia del fotógrafo sin saber que detrás de ese portón color negro, viejo y oxidado, se encontraba un enorme estudio con motos, cuadros, pinturas, mesas con papeles y fotos… muchas fotos. También había un inmenso muro lleno de libros. Con mis escasos cuatro años de experiencia en medios de comunicación, no sabía cómo comenzar aquella entrevista. Entonces decidí dejar a un lado mi papel de reportera y ser yo misma: la Bicky curiosa que siempre pregunta con base a lo que observa y percibe. Y fue así como solté la primera pregunta:

—Lees mucho, ¿verdad? 

—Leo de todo. En general leo historia, literatura. Toda la parte de abajo son los libros de fotos, pero esos son los que menos leo.

Alberto nació en 1956, en León, España, un pequeño municipio ubicado en el noroeste de la península ibérica. Su primera exposición fotográfica fue en 1981, en la galería Buades, Madrid. Veinte años después, sus exposiciones serían albergadas en el Museo Reina Sofía, lugar donde ahora exponen los grandes como Diego de Velázquez, Francisco de Goya y Pablo Picasso.

Cuando Alberto tenía 19 años estudió derecho, pero no le agradó la universidad. Ese descontento siguió vigente por el resto de su vida. Aunque eso no fue impedimento para posponer su gusto por la lectura. Dice que desde pequeño vivió rodeado de libros y debido a que era un rebelde sin causa, la mayor parte del tiempo estaba castigado (en verdad que el mundo está lleno de coincidencias, yo también estudié derecho y también deserté. Creo que ese espíritu rebelde sí lo tenía, el problema es que yo siempre había sido la hija de papá).

—Los fines de semana, sin poder salir, me ponía a leer en la biblioteca de mis padres. A los dieciocho ya había leído muchísimo. Aunque en comparación con mis hermanos, quienes sí estudiaron y son grandes artistas, mis padres siempre me vieron como un fracaso—, dijo Álix con tono de nostalgia. 

—¿Y eso te pesaba? 

Entonces el gesto de nostalgia se transformó en una sonrisa traviesa que acompañó una respuesta y explicación cínica. 

—¡Me daba igual! Cuando yo era muy jovencito me largué de mi casa. La primera vez que les dije a mis padres que quería ser fotógrafo mi padre me miró y me dijo: ¿Qué? ¿Un hijo mío haciendo bodas y bautizos? No les hacía mucha gracia la fotografía. La veían como una salida sólo para hacer ese tipo de trabajos: bodas y bautizos. A mí no me importaba lo que dijera mi padre porque yo tenía mis propias ideas.

—Pero la primera cámara te la regaló tu padre, ¿no es así?

—Sí, la primera cámara me la regaló mi padre. Una Canon de los años setenta y me la rompió un imbécil.

—¡No manches! ¿En verdad?—, expresé como si Álix conociera los modismos mexicanos. 

—Sí. Lo dejé quedarse en mi casa y le dije: “iré a tomar un bocadillo a la calle y cuando vuelva te quiero fuera”. Cuando regresé, él ya se había ido, pero me había roto la cámara.

Alberto no quiso explicar quién era el hombre y el motivo que llevó al mismo a romper la cámara. Consideré ese episodio como un acto de venganza. Furioso por aquella pérdida, Álix trabajó cuidando un negocio y haciendo compañía a un hombre enfermo. Con el dinero ganado compró su segunda cámara, una Nikon F2.

—En aquella época la Nikon era la mejor cámara. ¡Era un tanque de cámara! La traían todos los reporteros y yo la quería, pero ahora han cambiado mucho. En los noventa ya empleaba una Leika.

***

Alberto tiene muchas cámaras. No tiene hijos. Sólo tiene dos gatos: Pucho y Colilla.

Me explicó que en ninguna etapa de su vida quiso traer a un pobre infeliz al mundo. Su adicción a las drogas lo hacía tener una vida complicada, lo que “¡gracias a Dios!” -en palabras de Alberto- dificultó el deseo de anhelar un primogénito. Dice que jamás estuvo preparado para asumir esa responsabilidad.  Creí que ya habíamos agarrado la suficiente confianza como para preguntarle sobre su proceso creativo. Entonces solté una pregunta que salió a relucir mi Bicky impertinente. 

—Oye Álix, ¿algunas de las fotografías las hiciste drogado?

—Este… No, creo que no. 

Álix dice que comenzó haciendo fotos a los veinte años, sin saber nada sobre esa disciplina. Eso lo convierte en fotógrafo autodidacta. Por obvias razones él no vivía de la fotografía. Álix no sabía lo que era la foto, no tuvo maestros, ni referencias, pero algo que marcó el estilo de su trabajo fue que retrató el panorama que le rodeaba: drogas, sexo, trabajo sexual, el estilo punk. 

-Yo revelaba en el laboratorio, y creo que me formé en el laboratorio. Tenía 20 años cuando cogí la cámara.

***

Aunque Álix tiene un espíritu joven, los años han cobrado factura. Su apariencia es la de un hombre viejo. Es muy delgado y las arrugas en su cara son difíciles de contar; sus barbas dejan ver el paso de los años, su voz se percibe cansada. Pero el muy canalla no deja de tener mucho estilo.

—El año pasado (2016) me encontraron un cáncer en la garganta, pero se me quitó. Estoy perfecto. Pero necesito fumar para poder hacer fotos y para trabajar en el laboratorio. Pero no puedo, me odio, me duele, pero no puedo por la garganta. Por cierto, ¿no tienes un cigarro?

—Híjole, no. Es que no fumo—, le contesté.

—¿Y tú amiga? ¿No tendrá uno? 

Miré a Sac, quien se encontraba sentada en la escalera acariciando a uno de los gatos. Su vestido largo en tono rosa y su espíritu de niña bien me impidieron preguntarle si “entre sus curiosidades”, llevaba un cigarro. Además, yo sabía que mi amiga no es clienta de los cigarros. 

—Pues no. Ella tampoco fuma.

Entonces una sonrisa burlona se escapó de la boca de Álix mientras él acariciaba su mentón con la mano. Ese gesto se repitió continuamente durante toda la entrevista, como si Álix se acordara de algo y lo expresara con una risa traviesa, maléfica y perversa. Pero no me intimidaba, sino todo lo contrario, me contagiaba.

Después de acariciarse la barbilla, terminó acomodándose en el sillón y se tomó la delicadeza de describir México. Álix conoce el centro y sur del país y dice que le gusta. Pero no conoce el norte. Las únicas referencias que tiene sobre esa parte de México son el narcotráfico y la violencia. 

—Graciela Iturbide me ha invitado muchas veces a México y me gusta ir. Pero ella me dice que no vaya al norte. ¡No! No me dan ganas de ir. He leído muchas cosas sobre la violencia que existe en el lugar y sé que es peligroso.

Nunca supe cómo ocurrió, pero Álix comenzaba a contarme cosas que él sabía que yo entendería. Intuía que se aproximaba un chisme fresco cada que él cruzaba sus piernas. 

—¿Sabes qué?…

—¿Qué?—le respondí estupefacta. 

—Tengo dos amigos hippies que viajan por todo el norte de tu país con un burrito en una camioneta vieja. Ellos tienen un circo ambulante y les brindan diversión a las y los niños pobres. Ellos me han pedido que les acompañe y que les tome fotos, pero no, me da miedo.

—¿Y a tus amigos no les ha pasado nada?

—Afortunadamente no. Ellos me han contado que han visto cuerpos desmembrados y cabezas en las carreteras, pero no se quedan a mirar, siguen su camino. Me da mucha gracia que, en alguna ocasión, ellos fueron parados por gentes con armas que les pidieron se identificaran. Mis dos amigos (hombre y mujer) les explicaron que ambos eran un circo y que sólo eran ellos dos y el animalito.  ¡Justo en ese momento el burrito comenzó a rebuznar!

Álix cuenta la anécdota con mucha risa. Me explica que los burros le parecen animales graciosos e inteligentes y que siente cariño por el burrito que adoptaron sus amigos, aunque nunca lo ha visto.

—¿Si entiendes lo que te quiero decir? ¡Los salvó, ese burro los salvó y eso me da mucha risa!… Pero no, yo no voy al norte de tu país.

Por alguna extraña razón me sentí avergonzada por la situación de inseguridad de mi país. Después recordé lo que pasó aquel 12 de octubre de 1492 y pues decidí continuar con el tema.

—¿Álix, te gusta la ciudad de México? 

—¡Claro! Pero la primera vez que fui a tu país unos policías me querían robar mis cosas.

—¡Oh, que la…! ¿En serio?—, le expresé entre tono de desilusión y hartazgo. Como si México fuera un cúmulo de desgracias.

—Sí, justo en la calle Donceles. Recuerdo mucho el nombre de la calle porque venía de tomar fotos en la lucha libre.

—Fíjate que sí… por allí roban un poquito—, interrumpí.— Pero esa calle es muy bonita porque venden cosas relacionadas con la fotografía—, respondí para limar asperezas. Álix me ignoró y terminó su charla.

—Unos policías se bajaron de una camioneta y me detuvieron. Me preguntaron que de dónde venía y les dije que de las luchas. Notaron mi acento español y me quitaron la mochila para revisarla. Les dije que sólo traía equipo fotográfico, pero no se veían con la intención de devolverme la maleta ¿Pero sabes qué hice?

—¿Qué?—, le respondí ansiosa.

—Les mentí, les dije que el gobierno de México me había invitado a tomar unas fotos para promocionarlo en España. Eso fue muy divertido porque vi sus caras de miedo, me devolvieron la mochila y me dijeron que anduviera rápido por las calles porque esa zona era muy peligrosa.

Entre otras anécdotas mexicanas, Alberto también recuerda su primer acercamiento con el peyote en el pueblo mágico Real de Catorce, en San Luis Potosí. Una experiencia que tampoco le agradó.

—No me sentí cómodo con el peyote, no me gustó nada, me hacía vomitar mucho. Además, el desierto no es cómodo, no hay ambiente, no hay nada. Mi mujer y yo llevábamos una semana y ella estaba harta. Regresamos al pueblo y buscamos un hotelito con bastantes comodidades, más que el desierto.

Entonces me autodije: ¡Ese Alberto no pierde el tiempo! Definitivamente quiero ser su amiga. Le pregunté si él había sido el responsable de buscar la raíz. Le comenté que aquello de consumir peyote me parecía interesante pues era como tener que cosechar tus propias drogas para después consumirlas, y ser responsable de tu viaje. Había hablado como toda una experta en peyote, cuando lo único que he probado es marihuana… ¡y de la panteonera! 

—Sí, busqué el peyote con la mano, apoyado de un palo para que no saliera una araña y me picara. Los peyotes son como botones que salen de la tierra. También probé los hongos, pero las cosas psicodélicas no me gustan.

Lo que venía a continuación era la vasta explicación de un experto sobre los efectos de las drogas en el cuerpo, basado en hechos reales: empirismo en su máxima expresión. Cosas que no te enseñan en la escuela.

—¿Qué te gusta?—, le pregunté.

—La heroína y los narcóticos.

—¿Y cuál es la diferencia?

—Es inmensa. Los peyotes, al igual que los hongos, son psicotrópicos; aceleras la mente, tienes otras percepciones, tienes otros delirios, otros estímulos. Los narcóticos, como la morfina o la heroína, son otra cosa. Para mí la droga son los narcóticos, son caminos de conocimiento porque abren puertas mentales y las sensaciones que no tienes.

—¿Eso influyó en tu trabajo?

—Eso influyó en mi vida y en mi trabajo. Yo estuve muchos años tomando heroína, lo cual no te creas que es una virtud, fue todo un desastre. Pero bueno, es lo que hubo.

Guardé silencio durante unos segundos. Con esa respuesta entendí que el proceso creativo de Álix sí estaba relacionado con el consumo de drogas. Y ello no debe de generar prejuicios pues cada persona busca sus propios estímulos para trabajar. Celebré aquella mentira porque eso significaba que Álix ya me tenía confianza.

—¿Alguna fotografía que hayas realizado bajo los efectos de la droga?—, insistí.

—¡Puf! Muchísimas, y más con los narcóticos. Me levantaba, tenía que tomar fotos y me ponía a trabajar y estaba puesto porque, si eres adicto, tienes que tomar todos los días porque si no, te pones mal.

Alberto dice que no se arrepiente de nada. Explica que bajo los efectos de la droga nunca hizo ningún tipo de daño, pero sí un aproximado de 8 millones de fotografías de las cuales se conoce una cuarta parte. Álix no recuerda alguna foto en especial capturada bajo los efectos de la droga. En el 2002 las dejó definitivamente, excepto la marihuana.

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***

Como resultado de su vida loca y derivado de sus primeras exposiciones durante la década de los ochenta en galerías de Madrid, París y Londres, Alberto consiguió el Premio Nacional de Fotografía en España durante 1999. Paradójicamente Álix nunca pensó en ser premio nacional. Durante ese año contaba con una exposición en Francia, mientras finalizaba una en Nueva York. Para que Alberto obtuviera el premio se debía hurgar un poco en su vida. Una vida que él describe como poco interesante, con mucho desastre. 

—Yo no estaba en los nombres de la terna de los premiados, fue una mujer que estaba en el jurado la que dio mi nombre.

—Entiendo, ¿era tu amiga?

—Era una conocida de la fotografía. Era una comisaria. Ella habló de mi trabajo con los integrantes del consejo y de los lugares en donde me encontraba exponiendo. Les dijo la proyección internacional que estaba teniendo, pero el caso no eran mis fotos, sino mi vida. Les dijo que yo era un desastre; peleas, drogas, pero que mi trabajo era interesante y al final me dieron el premio.

La cosa fue así: un día Álix se encontraba en su estudio. Era uno de esos días en el que uno recibe una llamada telefónica para escuchar una broma de mal gusto. Miéntale, por ejemplo… ¡que ha ganado el Premio Nacional de Fotografía!

—Fue la prensa la que me localizó y me lo anunció. Al principio pensé que me habían tomado el pelo. Me llamó un periodista y le dije: “¡Qué tontería dices!” Pero luego me di cuenta de que era verdad porque comenzaron a llegar más llamadas. El Ministerio de Cultura de España me llamó al día siguiente, cuando ya sabía que había ganado.

Alberto explica que la noticia le agradó, pero tuvo miedo de que su vida fuera exhibida en periódicos. No temía por mostrar sus pasatiempos como junkie, sino que salieran a la luz un par de detenciones policiacas durante su juventud.

—Al principio tuve mucho miedo, pensé que la misma prensa me echaría todo en cara, aunque después recibí llamadas de las mamás de los amigos que años atrás yo había retratado con mi cámara y que murieron por la droga. Ellas me decían: “Alberto, tú nos redimes, si mi hijo estuviera vivo, sería muy feliz”.

Bastante entretenida por la simpática forma de recibir noticias, quise saber el desenlace de la historia.

—¿Y qué pasó después?

—Cogí el dinero, invité a mi asistente y a una amiga a Europa del Este para gastarnos la plata hasta que se acabó.

Al término de la frase nuevamente el hombre rió cínicamente y su cinismo me hizo reír de la misma forma. Los dos reímos por unos segundos y me afirmó que fue uno de los mejores viajes que ha tenido. ¿Qué respuesta puedes esperar de un hombre cuya vida ha sido un desastre con mucho estilo? ¿Una misa? Siendo honesta, yo hubiera hecho lo mismo.

***

Álix es un fiel productor de autorretratos, pero odia la selfie. Hace fotos de desnudo, se hace fotos desnudo, pero no se deja tomar fotos desnudo. Para hacer buenas fotos tuvo que usarse como modelo y su nula capacidad para posar lo hizo sacar lo mejor de él y la fotografía.  A medida que pasaron los años, la actividad comenzó a hacerle gracia porque llamaba la atención de conocidos, ya que en la foto él era un personaje y no el protagonista.

—Dentro de tu trabajo cuentas con autorretratos. ¿No es así?

—Así es. A finales de los noventa comencé a mirar el autorretrato como una manera más dolorosa, más íntima. El autorretrato es un ejercicio. No lo hago constantemente, pero todos los años me hago una foto. Eso depende de mi estado de ánimo, de mis ganas.

—Supongo que es algo así como una selfie—, le dije muy segura cuando supuse cuál sería su respuesta

—¡No, no y no! El retrato tiene una intencionalidad, el selfie no la tiene y me parece una vulgaridad. No quiere decir que con un móvil no se puedan hacer buenas fotos, pero la mayoría de la gente que se hace fotos con el teléfono de esa forma no vale para nada, les falta intencionalidad. La selfie es solamente coquetería para verse en las redes. 

Acto seguido saqué de mi cabeza la idea de una selfie del recuerdo al final de la entrevista.

—Yo pongo mi intención y mi capacidad de mirar. Claro que hay personas que pueden hacer eso con la cámara y hay muy buenas selfies, no digo que no. Pero a mí no me gustan.

***

Todo iba saliendo bien. Habían pasado casi dos horas y me sentía feliz por los resultados que sacaría de la entrevista. Como buena novata del mundo académico pensé: seguro mi tesis de maestría sería una eminencia… hasta que Álix exclamó:

—¡Hay un montón de tesinas sobre mi obra!

—Ay…y ¿qué te parecieron?— le pregunté, con el corazón destrozado.

—Una vez leí una de una chica francesa de la Sorbonne, en París. Su tesina se llamaba El alma espectral, supongo se refería a mi alma y a la de un poeta llamado “Panero”. Ella buscaba una similitud en ambas obras. Me causó mucha gracia.

El señor García terminó desnudando mi corazón al mencionar que también cuenta con tesinas en italiano, francés y unas cuantas en español. Todas forman parte de su acervo. Por si las dudas le haré llegar mi tesis para que la guarde en su biblioteca, y cuando otro estudiante iluso llegue a entrevistarlo, su ego académico se haga mil pedazos, así como el de su servidora.

—Todas me parecen interesantes. Ten en cuenta que mucha gente se ha tirado el tiempo haciendo un trabajo sobre mí, son interesantes. Otra cosa es que comparta las opiniones.

Álix es complicado.

***

Ya había pasado mucho tiempo y consideré que era hora de llegar al clímax de la entrevista. Muy bonita su vida, muy fantástico su estudio y muy envidiables sus tenis negros. Lo que Álix no sabía es que durante un año yo había leído sobre él y había buscado todo sobre él. Que pasé noches enteras quedándome con las ganas de ir a tocar la puerta de mi roomie Octavio, después de buscar escenas de pornografía protagonizadas por actores y actrices que Álix había retratado. Todo aquello fue con fines académicos; para comprender y distinguir entre lo pornográfico, lo erótico y lo subversivo. En resumen, había cruzado el atlántico con una verdadera intención: hablar de pornografía

—¿Te gusta trabajar con actrices porno? 

—Naaa, mira que yo pasé trabajando tiempo con ellos y me gusta, sí, porque les puedes pedir cosas que a la gente normal no les puedes pedir. Pero no te creas que es mejor o peor.

Álix hace de los cuerpos instrumentos que manipula para metamorfosearlos en vehículos del erotismo. Entre tantas fotografías de desnudo, entre tantos cuerpos y muslos, Álix podría pasar por un carnicero. Él es un fiel conocedor del peso de los senos, del espacio que ocupan en el obturador. El encargado de que la luz haga cuerpos interesantes. Conoce ombligos, cinturas y penes, muchos penes, entre ellos el de Nacho Vidal. Envidia de la buena.

Para que el desnudo no despierte el deseo del fotógrafo, es necesario que el experto enfoque su atención en el proceso creativo. La clave está en concentrase en la composición. Eso es aprender a mirar. Álix dice que nunca se había excitado, hasta que conoció a Zsofía Szabo, renombrada en el mundo del porno como “Sophie Evans”. Alberto cuenta que en aquel entonces la actriz era muy joven e inexperta, no sabía posar. Entre gestos y movimientos constantes, la mujer consiguió que el fotógrafo tuviera una erección. Sin duda un buen referente en el curriculum vitae de Sophie Evans.

—Con Sofí me pasó esa vez y le dije: “mira niña, mira eres una estrella. Has conseguido algo que nunca me había pasado”. Pero fue la única vez. Cuando te gusta hacer buenas fotos no padeces de pulsión sexual.

Amarna Miller es otra actriz porno que ha posado para la lente de Alberto, al igual que Toni Ribas, Bella Dona y otras personalidades del mundo porno que él ya no recuerda. Pero el responsable de estas extrovertidas amistades fue Nacho Vidal, a quien conoció durante un festival de pornografía en Barcelona. No fueron las coyunturas, el sexo o la música. Fue la fotografía la responsable de tan entrañable amistad.

—Esas mujeres eran amigas y amigos de Nacho. Él les hablaba de mí. Lo que pasa es que Nacho me las presentaba y yo les decía: “¿Te vienes a mi casa a hacer fotos?” Y me decían: “¡Perfecto!”

—Álix, y tus amigos ¿qué dicen al respecto? Supongo que les gusta tu trabajo.

—¡Bah! Los amigos dicen que mis fotos no sirven para masturbarse. Dicen que cuando empiezan, le miran la cara a la chica y mirándoles los ojos se les quitan las ganas.

Esa es la definición perfecta para explicar la intención de un retrato. Claro está que no me iba a ir sin hablar de la foto que más llamó mi atención: “El rey”, protagonizada por Nacho Vidal. 

—¿Cómo fue que conseguiste capturar “El Rey”? ¿Cómo se te ocurrió esa composición? ¿Desde cuándo la habías planeado?

—Esa fue una foto no planeada. Te explico: ese día Nacho llevaba el crucifijo, lo que hice fue ponerle un traje de Elvis Presley, porque Nacho así lo quería. En ese entonces yo estaba viviendo en París y Nacho me escribió desde Madrid pidiéndome que le hiciera la foto de la portada del libro de su biografía, por eso alquilamos un traje de Elvis.

—¿Y el teléfono que Nacho lleva en la mano? ¿Tiene algún significado?

—Nacho tiene un teléfono en la mano porque no podía conseguir una erección. Entonces me preguntó si yo tenía revistas de mujeres y yo le dije que no tenía ese tipo de material, yo sólo tenía fotos de motos. Entonces me dijo: “voy a llamar a las amigas”. Cogió el teléfono y comenzó a llamar a sus amigas. Él les decía: “oye, qué me harías si…” y ese tipo de cosas.

—Entonces si Nacho está encorvado con el teléfono porque tuvo que llamar para excitarse y el traje se alquiló, entonces tu foto no estuvo del todo planeada. Hay un poco de improvisación ¿no?

—A lo mejor. Las fotos las hicimos en mi casa de París. Se utilizaron dos carretes con una cámara de medio formato. Tiramos como unas 30 fotos y salieron 3 o 4 buenas.

Por mucho tiempo yo había visto esa fotografía, la cual forma parte de la serie “De carne y hueso”. Jamás hubiera imaginado el proceso creativo de aquella imagen. Yo estaba muy entusiasmada por aquella respuesta, quería que todo el mundo supiera la forma en la que Álix había logrado conseguir esa foto que incomodó a la realeza española durante una muestra de arte. Yo creo que con esa respuesta tuve algo así como un orgasmo fotográfico. Extasiada de aquel momento, le volví a preguntar:

—Alberto, cualquier fotógrafo quisiera estar en tu lugar ¿no crees?

—¡Ja! Sí, pero yo no pedí esto. Esta fama es como cargar una cruz.

Así funcionan los gajes del oficio, Alberto se hizo popular sin querer serlo. Lo único que él quería era tomar fotos y supo hacerlo, pero se portó mal. Fumó, tomó, se drogó y fornicó fuera del matrimonio. La fotografía fue su pecado y por eso Dios le castigó con la fama. La justicia divina es una paradoja en su máxima expresión. No obstante, para el extrovertido español la fama es lo que menos importa.

***

El tiempo transcurrió rápido y llegó el momento de culminar la entrevista. Ello anunciaba que mi visita al viejo continente había terminado.  Aún voy por las calles mirando puertas viejas con la esperanza de que detrás de cada una de ellas me reciba Álix, palabras viscerales sin intenciones románticas. Es difícil despedirse de aquello a lo que adjudicas un ideal. Es que, si yo fuera una fotógrafa reconocida, sería como él.

 ¿Cómo fue la despedida?

Con una sonrisa, con un abrazo y dos besos; uno para cada mejilla como acostumbra la pandilla europea. Con la certeza de que del otro lado del mundo hay otra tesis, con sus ideas freudianas, lacanianas, con sus obscenidades, pero muy mía…muy nuestra, pinche Álix.

—Bicky, espero que tu visita a Europa haya sido estupenda. Me dio gusto conocerte.

—El gusto fue mío—, le respondí con tono de nostalgia—, espero volver a verte muy pronto, Alberto.

—Espero que sí, yo volveré a México. Seguro nos veremos pronto. Si necesitas algo no dudes en escribirme. Ojalá que esa tesis te salga bien.

El viejo portón se abrió. Sac y yo salimos del lugar.  Aún tengo la última imagen de Álix moviendo su mano derecha en señal de despedida. Yo repetí el mismo movimiento y le sonreí como si nunca lo volviera a ver.

Caminamos por la calle y me resistí a voltear. Evoqué el pasaje bíblico en donde la esposa de Lot se volvió para ver Sodoma ardiendo en llamas y se convirtió en pilar de sal. No tuve miedo de que mi cuerpo se transformara en mineral, simplemente no quería llorar y es que ¿qué hace uno cuando se le acaba de cumplir un sueño?

En el metro seguía sin poder creerlo. Así pasó la noche, la mañana, un día entero, hasta que una fuerte lluvia me despidió de la vieja Europa. Era el momento de regresar a casa. Abordando el avión recordé una frase que me hizo mitigar esa nostalgia que se asemeja a una resaca. Álix y yo teníamos algo en común. 

Al fotógrafo le gusta Oaxaca.

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