“Soy demasiado inteligente, demasiado exigente y demasiado ingeniosa para que alguien pueda controlarme por completo. Nadie me conoce ni me ama por completo. Solo me tengo a mí misma”.
Simone de Beauvoir
Eres la sacerdotisa cuando sabes bien el momento de callar, cuando el golpe de la sabiduría de tus abuelas te hace decir no, uno firme y bien redondo, uno que nace de la seguridad de tener las entrañas bien acomodadas.
Es la egoísta, la que si tiene que elegir, siempre se elige a sí misma; la que con el tiempo y un poquito de soberbia admite que siempre acaba por tener la razón.
Eres la sacerdotisa cuando sabes el momento exacto de solo estar sin intervenir, la que identifica el momento de huir sin aspavientos, a la que nunca le falta el chocho para la gastritis ni las toallitas húmedas desinfectantes, la que se dibuja muchos escenarios y planes B, y C y D, la que busca su paz porque sabe que así le da paz a los suyos.
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La trascendida espiritual pero no la hippie pachamamer que anda por ahí repitiendo decretitos de gracias a la vida y gracias al amor sin tantita conciencia social. Es la que sabe pero guarda sus palabras hasta que alguien se las pide.
La de la alta magia, la más bruja del tarot, la que con solo pensar manifiesta y por eso tiene que tener cuidado de cada pensamiento que le atraviese la cabeza y el corazón, porque mal aspectada es la que avienta maldiciones y escupitajos en la puerta de la casa de todos los que intuye como enemigos, se le eclipsa toda la razón y no hay manera de sacarla del carril de las ganas de venganza, de cortar cabezas a lo loco nomás porque puede. Uno no quiere ser amiga de una sacerdotisa volteada.
Ha ido y venido del infierno tantas veces como si fuera un tour pero ya le da pereza contarlo, mastica sus glorias despacio y sin atragantarse. La que sabe que cualquier palabra que salga de su boca puede ser su salvación pero también su maldición. Es la eterna señora que se te aparece de vez en cuando sin importar tu edad, la que por fin terminó de integrar a su madre y ya no tiene miedo de ser igualita que ella, la que ya no busca el reconocimiento de ninguna tribu porque es su propia tribu.
La que más guarda secretos
Llevo muchas lunas leyendo el tarot y no, nunca hay tirada igual, ni por estadística ni por casualidad. En el tarot los arcanos no son más que secretos que uno guarda y no sabe que los guarda. Y la sacerdotisa es la que más guarda, la que cuando emerge de entre las 78 posibilidades de cartas me da la brujil voz de calmar a las consultantes que no alcanzan a encontrar el rumbo y no saben a qué corona aferrarse.
Les digo que a la suya, a sus propias estrellas, a esa sabiduría interior que negaron a las mujeres para solo llamarlas locas; a ese sexto sentido intuitivo que advierte cuando el mundo se va a caer. Entonces aparece ella, con su vestido de paz y sus interiores en el eterno misterio, la que mira para adelante porque sabe que no hay otro lado que le importe mirar.
Es la carta de las brujas ahora que están tan de moda, pero las brujas no son más que mujeres que se conocen tanto que son capaces de quemarlo todo si se traicionan a sí mismas, las que no dudan en verlo todo arder para volver a empezar. Y a ti, ¿ya te salió la sacerdotisa en una tirada de tarot?