¿De dónde venimos? No como humanidad, sino como individuos. Es una pregunta natural, que seguramente me hice cuando era pequeña, quizá incluso en la adolescencia, pero en la que dejé de pensar hace años. Sin embargo, es una que ha vuelto a resurgir después de leer “Tierra de Sol” de Katia Rejón.
Mis raíces están en el desierto al norte de México, en un lugar al que le dicen “La Comarca Lagunera” o “La Laguna”, como lo acortan entre la misma gente. Se llama así porque antes de que fueran ciudades erguidas, esos espacios solían ser 13 lagunas. Mis papás siempre se sintieron orgullosos de ser “laguneros” pero yo nunca entendía a qué se referían, porque jamás vi lagunas en mi ciudad natal. Hay calor y sol, plantas que toleran ese clima y mucha tierra. Hay un par de parques y decenas de albercas que rentan para fiestas; nunca vi ni una laguna.
Las raíces de Katia Rejón están a cientos de kilómetros al sur, en la Península de Yucatán.
No sabía qué esperar de “Tierra de Sol” cuando abrí el archivo de PDF que es el libro gratuito. Lo leí por recomendación, pero no estaba familiarizada ni con la autora ni con nada de Yucatán o de cenotes o manglares. Como lagunera que creció entre la sierra y el desierto, que tiene terrible sentido de la orientación y no es excelente con la geografía, sumergirme en ese mundo fue una nueva experiencia, una que me abrió los ojos a partes de mi país y causas que no sabía que existían.
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La periodista y escritora, cofundadora de los medios independientes: Memorias de Nómada y Fugitivas MX, escribió este libro que consiste en una colección de crónicas periodísticas, donde cada una corresponde a un municipio diferente de Yucatán: Tecoh, Dzilam de Bravo, Oxkutzcab, Hocabá, Chicxulub y Sotuta. Todos presentan distintas problemáticas, historias y personas que están involucradas directamente en iniciativas que buscan mejorar la vida de los seres de su región, de una u otra forma.
Uno de los puntos más fuertes del libro es precisamente la manera en que Rejón te va adentrando en su tierra. Las descripciones te transportan a esos paisajes llenos de verde, de naturaleza, de agua, de criaturas. Te cuenta dónde hay restos de un pirata y -probablemente- de su tesoro, o del lugar donde cayó el meteorito que extinguió a los dinosaurios. Pero también te muestra que, como dice Orson Wells, la naturaleza es política.
“Las únicas personas que ven los espacios rurales como sitios de descanso son quienes no trabajan como campesines; y quienes los ven como meros sitios de marginación o producción se olvidan del carácter político de la naturaleza”, escribe Rejón.
Nos da hechos históricos, pruebas y testimonios de todas las personas a las que afectan los movimientos y decisiones políticas sobre el territorio. De las mujeres que escarban para encontrar el agua de los pozos, de cómo las modas de consumo de ciertas especies marinas y las vedas que casi no se aplican volvieron el mar un caos, de cómo tierras pasaron de ser 70% cultivo a ser solo menos del 40%. De cómo el calentamiento global es un cáncer que ya está en todas partes aunque parece augurio, de cómo los recortes de presupuesto gubernamental para las artes pueden afectar las vidas de los jóvenes.
Todo lo presenta de manera que la información nunca se siente pesada, no se siente como un sermón, se siente como tu amiga explicándote cómo es el lugar donde nació y qué pasa en él. Cada persona que Rejón cita tiene una perspectiva diferente y soluciones que hasta cierto punto parecen tan lógicas y evidentes que te preguntas cómo nadie más lo ha puesto en marcha así.
Sin embargo, mi parte favorita del libro es que cada persona es presentada no como mártires ni héroes, sino como humanos.
En una de las crónicas, conocemos a Tarzán, un hombre que es marinero desde la pre adolescencia y, durante la crónica en la que aparece, explica cómo se ha perdido el respeto por el mar, sobre cómo en sus tiempos si pescaban algo que no tenía el tamaño adecuado, lo regresaban por respeto, pero actualmente los “pescadores” arrasan con todo. Se queja del gobierno y de las malas prácticas, luego Rejón coloca cuidadosamente una característica que te da otro lado de él: “Tarzán no es un marinero rudo sino un hombre que sigue guardando las cartas de una novia de la juventud y que escucha Leo Dan cualquier tarde de febrero”.
También está mi favorito personal, Darwin, quien dice que la naturaleza es como una biblioteca a la que hay que entender porque “no puedes cuidar algo que no conoces” y que habla de la flora y fauna como si fueran sus compas. Le dice “esos weyes” a los jaguares, “la banda” a las fragatas y “están morros” para decir que los manglares son jóvenes.
Y por supuesto, los girasoles de Chela Canté, maestra sembradora de Solares, en Sotuta, donde la autora se pregunta por qué desperdiciar agua en flores y no en más cosechas. Y después de leer todo su esfuerzo, todo lo que hacen en Sotuta, tú también te lo preguntas, solo para que Katia responda ella misma que todo lo que estas personas hacen para defender su tierra no es solo para sobrevivir, es para vivir. Por que si están haciendo tanto esfuerzo por tener una vida digna, por defender lo suyo, por nutrir la tierra ¿por qué no tratarían de disfrutarlo plantando flores bonitas?
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“Mi abuelita fue una de las últimas Cocomes, una familia gobernante de la región, y yo digo: Con razón siento algo dentro de mí que no me deja dormir. Tengo preguntas. Quiero saber más de esto” dice Gladys Uc en la primera crónica.
La cita se vuelve importante conforme pasa el libro, porque la autora te va envolviendo en la narrativa que no solo la pone como cámara de lo que está contando, sino que la involucra directamente. Va aprendiendo cosas de su familia, de su historia, de sus raíces, va nombrando cómo a veces el racismo nos orilla a olvidarnos de donde venimos, a querer pertenecer a la cultura que nos es impuesta. Sobre cómo la identidad se va difuminando, pero también sobre qué significa ser algo.
Mi papá a veces nos despertaba a mi hermana y a mí al grito de “¡Arriba laguneras!”, yo no tenía más remedio que hacer caso pero mi hermana protestaba porque técnicamente ella nació fuera de la Comarca.
—Si tus papás son laguneros, tú también— le decía mi papá, pero ella nunca se dejó. Era duranguense. No sé exactamente qué nos hace más o menos duranguenses, ni quién tenía la razón en la discusión. ¿Cómo distingue uno qué te diferencia de los otros si a tu alrededor son iguales?
En la cuarta crónica, Rejón nos cuenta de un viaje que hizo con sus amigas, en el que una de ellas le preguntó a su abuela si se identificaba como maya y “ella le respondió sin darle mucha importancia: No sé, mi amor, creo que sí. Porque la categoría siempre se inserta cuando llega el contraste, cuando estás en un ambiente en el que las otras personas no son como tú, y te lo hacen saber. ¿Cómo se ve una persona maya? ¿Qué vivencias atraviesan a una persona maya?” escribe la autora, aceptando que es difícil responder sin caer en esencialismos.
Me hizo pensar en una reciente entrevista que le realizaron a RM, el líder de la boyband coreana BTS, donde dijo “Soy tan coreano que si algún foráneo me pregunta qué es ser coreano, no sabría definirlo. Definitivamente tenemos cierta vibra no podemos negarlo, pero es algo que realmente no puedes tener a menos de que nazcas y crezcas aquí. Cuando tratas de definir lo coreano se vuelve metafísico”.
Sin embargo, ni RM ni Katia necesitan explicarlo con exactitud, solo muestran lo que son. Durante su libro, Rejón nos va pintando su lugar de origen, nos habla sobre ancestros mayas, sobre la noche, sobre los paisajes y el agua con descripciones tan vívidas que creo que soñé estar ahí. Nos cuenta también, sobre el calor y sobre cómo dormir a la sombra de los árboles en el fresco es totalmente normal allá, sobre cómo valoran el descanso. Y al mismo tiempo sobre cómo todos somos diferentes, sobre cómo hay personas que llevan su casa a cuestas y les gusta emigrar, pero también hay otras como ella que prefieren echar raíces hacia abajo y conocer más de su pasado.
Nos habla sobre su propia familia, nos cuenta cómo su papá recuerda a su madre: “Siento que a mi mamá no le daba tiempo para todos. Ella trabajaba y hacía la comida. Con ella yo me acercaba para que me diera un poco de cariño, así como hacen los gatitos. Me acercaba a la máquina de coser cuando estaba trabajando para que me acariciara. Después de un rato me decía: Ándate pa’allá.”
Creo que eso es algo con lo que todos nos podemos identificar, a nuestras abuelas maternando lo mejor que podían, a nuestros antepasados siendo humanos imperfectos pero que gracias a ellos, estamos aquí. “Tierra de Sol” me abrió el panorama a una parte de México que no conocía, pero también me llenó de curiosidad por partes de mi identidad en las que hacía mucho que no conectaba.
No recuerdo exactamente cuándo ni cómo aprendí por qué a “La Laguna” le decían así, quizá me lo contó mi papá o mi mamá en uno de las decenas de viajes hacia allá, pero recuerdo que me hizo sentido y que me pregunté si el haber nacido en un sábado caluroso de junio, en una ciudad construida en una laguna seca sería la razón por la que disfrutaba tanto los días calurosos y el sol. Ahora tengo ganas de saber más de mis raíces, de preguntarle cosas a mi mamá y papá como Katia hizo con su familia, de seguir conociendo más de donde vengo, para poder seguir construyendo lo que soy.
Tierra de Sol es un libro sobre Yucatán, pero también sobre identidad.
Hay una cita del libro que quizá podría sintetizar el sentimiento que leerlo me dejó: “Algunas cosas tienen que ver con el lugar donde nació, otras no. Porque mi papá, como todas las personas, es más que una categoría política.”