agosto 25, 2022

Los paisajes en un viaje

By In Ensayos

He perdido la cuenta de todo el tiempo que he pasado en un carro, camión, avión, lancha, tren… Qué digo, ni siquiera lo he contado, porque para mí si hay horas muertas en un viaje, quiero morir en ellas. Podría tener tres escalas y no importaría si puedo andar entre nubes, dejar de sentir las piernas no sería un inconveniente si podré estirarlas en la arena, que no pueda dormir bien es lo de menos si descansaré cuando regrese y mi cuenta podrá estar en ceros, lista para comenzar de nuevo.

Me gesté en carretera y desde entonces, estoy acostumbrada a vivir en turbulencia. Mi mamá regresó de Guanajuato para enterarse que tendría dos bebés, una en constante movimiento que agarrada de su mano ha ido y venido de entre los túneles que conectan la ciudad, ha contemplado a tantas parejas en el Callejón del Beso, soñado con estudiar en la Universidad de Guanajuato y que pueda verse su silueta desde El Pípila, ha tenido pesadillas con las momias y se hartado del olor a piel y cuero. Las distancias en el Bajío son cortas y me di cuenta de que siempre lo son, si te adentras a todo el paisaje. El viaje comienza desde que sales de casa, no cuando llegas al destino.

***

Guanajuato

Caminé y caminé, sin un destino fijo, al menos sin saber si iba por el lugar correcto. Una de esas veces hasta me topé con escaleras, calles chicas y una respiración tan agitada, que cuando nos rendimos y vimos toda la distancia recorrida pudimos contemplar qué bonita era Puebla desde allá arriba. En otra ocasión, a pesar de tener bloqueador sentía como el sol quemaba cada poro, los árboles alrededor anularon el sentido de la orientación y creí que me perdería del otro lado del mapa de México, cuando fui encontrando ruinas que mostraban la historia de una civilización más que fascinante: si ellos crearon eso, pensé, yo podría salir de ahí. Andar de noche por el bosque sin nada de luz parecía peligroso y más con un celular a punto de descargarse, pero al sentarse un momento y prestar atención, cada problema fue desapareciendo con el destello de las luciérnagas. Dicen que no existe Tlaxcala y es que es imposible que tal belleza en su follaje sea real.

Voy rápido porque así se siente que pasan los días en un viaje, tan aprisa que solo te queda disfrutarlos en tu memoria. Hay travesías que recuerdo y recuerdo, cada vez se van gastando más hasta que mi mente se canse de pensarlas o pueda regresar, a hacer lo que no hice o decir lo que no me atreví.

Enamorada de la idea, no de la realidad

La colorida y animosa Cuba, una isla llena de matices, me recibió con un arrasador calor y estructuras que hacían pensar que el tiempo no pasa por ahí. Muchos desean salir mientras yo andaba cada vez más al fondo para conocer cada rincón que no creí que fuera tan desolador.

Cuba da mucho, pero quita mucho. El mesero que conocimos y que nos invitó a su casa a comer los mejores frijoles negros y arroz que he probado, nos habló de una ciudad sin derecho a vivienda, automóvil, carne roja para unos cuantos, internet limitado y sueldos tan bajos que hay que analizar dos veces qué es indispensable. Ya me imaginaba algo así cuando unos conocidos de México nos pidieron hacer llegar a sus mamás y hermanas toallas sanitarias porque en Cuba su precio es exorbitante.

Aún siento mi corazón achicarse al recordar el sonido de muchos pasitos corriendo hacía mí. Había sacado una bolsa de dulces típicos mexicanos para obsequiar a los niños, pero en minutos ya eran tantos que hubiera deseado llevar la dulcería entera, sobre todo para madres que me pedían para sus niños que estaban en casa y les era imposible comprarles, o tan sólo para ellas, para darse un gusto.

A pesar de la cruda realidad de Cuba se vivía un ambiente de alegría, en cada plaza había quien cantara, bailara o leyera las cartas, rápidamente identificaban a los extranjeros y no perdían la oportunidad de ayudarnos o contarnos la historia de su país, incluso mencionarnos a Pedro Infante o Cantinflas cuando decíamos de dónde éramos y hasta parecido con las telenovelas nos sacaban.

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Anduve enamorada todo el viaje, no sólo de la ciudad que me estaba dando mucha información y sentimientos adversos, sino también de la persona con la que iba, porque creía conocerla y la idea que implantó en mí fue muy diferente a la que conocí unos meses después. Todo lo que reí en Cuba a su lado lo lloré lo que restó de la relación, hasta quedarme seca y pude soltar su mano que, más que sostenerme, me retenía.

En ese viaje fuimos juntos y esa relación también la destrozamos juntos, por reacción dije lo que no debía, callé cuando menos tenía que hacerlo, actué impulsivamente y generé odio que no me caracteriza. Ambos nos queríamos, pero no de la mejor manera y yo me fui a buscar mi mejor versión.

Volvería a Cuba en muchos años para ver si ha logrado cambiar, aunque su arquitectura diga lo contrario, si aún la fiesta no para y puedo unirme más a ella, si los niños ya han probado más dulces, ver si el calor no los ha terminado por consumir, si siguen bailando tan bonito, si los mojitos siguen pegando tan fuerte, si pueden viajar a su gusto…

Esas luces de allá son Cancún

Tenía sólo una hora al día para hablar con mi familia, las tarjetas de internet en Cuba no son muy baratas y sólo en ciertas zonas puedes conectarte, era insuficiente para contar todo lo que veía y sentía, quería transmitir mi pensamiento que se sentía tan pesado al igual que el mar ante mis ojos.

–Si ves para allá, dicen que esas luces son Cancún, así que tan lejos no estamos, todo se conecta–, comentó un cubano al verme tan nostálgica.

Imposible o no, mis ojos resplandecieron, mis pensamientos sí eran ese mar, el mismo que llegaba a mi país, igual de cristalino y que cuatro años después podría pisar para ver ahora desde el otro lado a La Habana, conmigo en el malecón, sin poder creer que viajaría sola y desfasada en el tiempo me aseguraba que todo estaría bien, que el dolor no es más hondo que el mar, es sólo la espuma que llega a los pies.

Cancelé un viaje llorando, un viaje nuestro que compartiste con otras personas, como tú tomé tequila cuando ese dinero me atreví a usarlo para irme lo más lejos que pude. La siguiente parada: el mar caribe. Cada hora de vuelo la viví con una sonrisa, a la única persona que tenía para contarle mi felicidad era a mí misma y me platicaba hasta de las maletas tan bonitas que desfilaban en la escala y serían mi próxima compra.

Ver por la ventana y emocionarse hasta por una vaca pastando, imaginarme que tan lejos está de su casa y qué tan lejos voy yo de la mía. En el sur sólo veía vegetación, cientos y cientos de plantas alrededor de lo que antes era suyo, ahora daba paso a carreteras, residenciales, hoteles y próximamente un tren que sin terminarse ya carga con quejas, imperfecciones, corrupción, vidas y ecosistemas.

Cada espera es una oportunidad para conocer un poco más. En Chichén Itzá esperas pasar con tu grupo y la mezcla de acentos, idiomas, risas y vestimentas causa tal curiosidad que platicas: espero que esa pareja colombiana siga junta, que ese egipcio haya mejorado su español y que el venezolano siga escuchando boleros.

Un reinicio en la vida

Puede ser que viajemos porque es darle un reinicio a la vida. Salir de la rutina que agobia para explorar otro ambiente, pero las personas también lo son. No era de extrañar que consiguiera una relación a distancia si tanto quiero andar de viaje. Creía que viajaba a Juaritos para conocer la ciudad y para verlo, pero platicarle hasta la ropa que llevaría ya era mi viaje, ya me sentía diferente aunque aún tuviera que trabajar ocho horas y la fecha de mi boleto no llegaba. Recuerdo las dunas, de esos pensamientos ya más que gastados, pensaba que admiraba la inmensidad de la zona y que el tiempo no pasaba, pero era nuestro amor lo que contemplaba. Él me hacía salir de mis pensamientos para convertirse en lo único que rondaba mi cabeza, lo logró. Muchos meses seguía saliendo arena de mi chamarra  hasta que ya no quedó nada, ni él siquiera, reinició y se fue.

Andar juntas por calles desconocidas, muertas de hambre y seguir a una señora que aseguraba tener una fonda deliciosa no fue la mejor idea, pero ver sonreír a mi amiga cuando comíamos desapareció toda preocupación y cansancio. Nuevamente vi su felicidad al conocer Guanajuato, yo ya he ido y venido a tan bella ciudad, pero qué satisfacción presentarla a alguien más, a quien ha reiniciado mi vida y estar a su lado es una aventura, en algún lado esas dos amigas siguen en León porque el camión sí las dejó varadas.

Una pena muy grande me embargaba, pero se ocultó cuando llegaron las hamburguesas a la playa, no dejábamos de contar chistes, olor a bloqueador solar e idear nuestros outfits para la noche. Otro ambiente fue cada una de ellas, tan diferentes que ha sido un placentero viaje conocerlas, hasta ir por un café es un reinicio seguro.

Parecía que esa plaza no tenía fin, era muy tarde y todas las salidas daban a estacionamientos subterráneos, “la gente de Monterrey sólo anda en coche”, pensamos, así que terminamos siguiendo a un carro para encontrar la calle, sin duda se dieron cuenta que éramos turistas y ahora escuchar a mi hermana reír por eso me da alegría también.

Ir a Mazatlán era tradición anual, más 5 horas en curvas con tres niños se convertían en una apuesta por ver quién no vomitaba, cuantas veces preguntabas cuánto faltaba y pelearse por los lugares a donde cada quien quería ir. Esos viajes terminaron cuando el divorcio llegó. No vi a mi papá en traje de baño hasta 18 años después. Ahora en una carretera de tres horas, los mismos hermanos compitiendo por quién se va enfrente y mi sobrina encantada por meterse al mar. Comimos lo que quisimos, jugamos con las olas hasta que nos tumbaron, tomamos tantas fotos, reinventamos las reglas de los juegos de mesa, madrugamos por mi padre que desde las 5 está despierto y me di cuenta que eso era lo único que quería, estar con él. Volver a escuchar cómo ronca, verlo en pijama, escuchar como me apuraba para salir, que no acepte que pierda… ese viaje fue al pasado, a la niña que no se le quiere despegar a papá. 

Vivir planeando


Haya viajado mucho o poco, ya tengo personas que son toda una experiencia, emociones que me llevan por el tiempo, momentos que me enseñan, recuerdos que ya nunca se irán y planes para seguir agarrando mi maleta. Sueño con nuevos destinos tanto en mi país como fuera, nuevas sensaciones que vivir, platicar, escribir y tan sólo con planearlo ya empezó la travesía, porque viajar es toda la vida, no sólo un momento.

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