agosto 25, 2023

Samanta Schweblin: Kentukis, deseos y voyeurs

By In Reseña

Aunque al final, si una no elige a los padres, ni a los hermanos,

ni a las mascotas, ¿por qué entonces tendría la libertad

de elegir de qué lado de un kentuki estar?

Samanta Schweblin, Kentukis

Leer es parte de mi vida desde hace varios años. Uno se topa con libros que lo pueden inmergir en mundos extraordinarios, llenos de una belleza y esperanza, mientras otros te muestran horrores que esperas no tener que vivir en algún momento, horrores que sabes que existen en el mundo que te rodea. Sin embargo, hay una línea que va más allá de ese segundo ejemplo que mencioné, los que te revelan los traumas de una vida llena de situaciones que te hacen replantear la forma en que nos interactuamos como humanidad dentro de una era cargada de mucha tecnología. Esto me pasó al leer Kentukis de Samanta Schweblin, libro que, si bien incomoda a todo el que haya convivido con una cámara, te hace pensar en muchos aspectos de lo humano y a plantearnos la pregunta: ¿Nos gusta ser observados o ser los espectadores?

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Portada

Un poco para que mi lector comprenda la aparición de este cuestionamiento, explicaré de manera breve la historia. Samanta Schweblin plantea la existencia de un juguete con forma animal que es controlado por alguien a distancia desde un ordenador para ser observador de la vida de alguien más, persona a la que se le denomina amo. Es dentro de este panorama, que podría hacer referencia a la famosa dialéctica del amo y del esclavo de Hegel, que ocurren varias historias que abren a sucesos donde los kentukis pueden albergar a otros sujetos que se preocupan por su amo, son soñadores de conocer nuevos lugares o depravados sexuales que andan en busca de presas. Todos desconocidos que el amo nunca conocerá y que se ocultan detrás de los ojos-cámara de un animal que observa con detenimiento la vida de alguien más.

Esto generó el planteamiento de cómo nos desenvolvemos en esta vida, en que algunos disfrutan de ser voyeurs de otros, en observar con morbo la manera en que las vidas de esas personas se desarrollan. Encontramos placer en indagar en los chismes de otras personas, en sus actos y gustos, en sus errores y llegamos a criticarlos como si tuviéramos el derecho de hacerlo, porque al final nos creamos la ilusión de que somos parte de ello. La novela de Schweblin crea un mundo que denota el morbo que sentimos sobre la vida del otro, situación que nos absorbe y nos mantiene pegados a una pantalla. No por nada el éxito de programas como Big Brother o La Casa de los Famosos, espectáculos masivos que nos enseñan a observar la vida de otros, mientras los que participan se sienten observados, pero no saben exactamente quiénes los observan.

Esto me llevó a recordar lo que el filósofo Michel Foucault reflexionó en torno al panoptismo en su famoso libro Vigilar y castigar, esa mirada que, si bien se inspira en un diseño arquitectónico propuesto para una cárcel, se puede aplicar a nuestra realidad tecnológica llena de ojos cibernéticos y de cristal que nos acompañan a todos lados en todo momento. Es decir, y tomando de ejemplo las redes sociales, sabemos que exponemos nuestra vida ante los demás y observamos la de los demás desde nuestro ordenador. Sin embargo, nunca sabemos quién es el que realmente nos observa porque nunca podremos conocer del todo el rostro que se oculta y está más allá de nuestro campo de visión.

Foto de Craig Adderley: https://www.pexels.com/es-es/foto/persona-que-usa-smartphone-1670035/

Por lo tanto, se puede pensar que el kentuki es un artilugio tecnológico donde se desarrollan roles de poder entre el voyerista y el que se convierte en el objeto de deseo del que observa, pero ojo, cabe denotar que al que vemos no siempre carga con la necesidad de un deseo erótico, ya que también observamos por el simple placer de compararnos con el otro y, para muchos, de escapar de nuestra realidad. La escritora desarrolla una realidad humana que todos realizamos al indagar en cómo se comporta el otro, donde el que observa tiene poder sobre el observado, ya que su identidad no es conocida y es un misterio para la persona que comparte su vida. En este punto, la perspectiva del observado puede recaer en un riesgo, ya que puede ser perjudicial al no saber la razón del que está detrás del kentuki, esto puede verse en ciertos relatos que trabaja Schweblin para denotar la perturbación humana que puede generar ser un voyeur en busca de un placer visual que, parafraseando a Naief Yehya, transgrede con la mirada la seguridad y protección dadas por lo prohibido, al igual que se busca un placer hacia eso que no tenemos permitido ver.

¿No es ahí donde todos estamos siempre presentes? ¿Por qué nos interesa ver al otro cuando apenas y podemos concebirnos y entendernos a nosotros mismos? O quizá, ¿nos estaremos buscando en la otra persona? Esas preguntas me surgieron todo el tiempo mientras leía a los amos y amas de los kentukis ser observados por sus voyeurs con rostro de animales y ojos de cámara. Es probable que mis traumas salieran a flote dentro de los relatos que me generaron esta perspectiva del libro de Schweblin, el sentirse observado y escuchado por otros, siendo objeto del placer de alguien más sin que uno lo tenga presente. Si nuestra cotidianidad es nuestro lugar seguro, entonces compartirlo con desconocidos es darle un poder sobre nosotros, es como compartir tus más íntimos secretos con personas sin rostro que sólo están ahí por el morbo de saber cómo es tu vida. Algo que ya hacemos al exponer nuestro día a día en las redes sociales.

Foto de Anete Lusina de Pexels: https://www.pexels.com/es-es/foto/recortar-hacker-escribiendo-en-el-teclado-de-la-computadora-mientras-piratea-el-sistema-5240543/

Por lo tanto, ¿qué pasa con el que es observado? ¿pierde poder sobre su observante? Yo creo que puede conservar su poder si se lo propone. El observado, en este caso, puede enseñar lo que guste, aun cuando el kentuki se puede mover de manera autónoma, lo que proyecta la cámara está controlado por el amo, quien decide qué puede ver el kentuki y hasta por dónde moverse, incluso, se plantea que el kentuki necesita de un cargador para sobrevivir, sin batería o roto, el kentuki muere y la conexión se pierde por completo. Aunque el dispositivo que observa puede realizar la desconexión por su propia cuenta, el sistema de un amo en relación con su mascota existe. La comunicación se convierte en una relación ficticia que creemos entender, pero siempre nos damos cuenta de que nunca es una relación tan estrecha como creemos.

Esto es porque la relación no tiene los mismos fines para ambas partes, cuando observamos lo hacemos con un deseo concreto de conocer la intimidad del otro, al igual que el deseo del que se sabe observado es diferente. No por nada se pagan plataformas para sentir una cercanía con figuras públicas y poder “chatear” con ellos y tener material exclusivo, sin embargo, todo recae en el engaño de una realidad simulada por la distancia y cercanía que generan las tecnologías. Dentro de esta idea, las varias líneas narrativas escritas por Samanta Schweblin nos demuestran que los deseos son variados, aun cuando el fin es el mismo: ver o ser visto. Aquí es donde surge un trauma que tengo atorado desde hace tiempo, la sensación de una necesidad de ser visto, pero de querer observar también y de ahí sale regresar a una paráfrasis de la pregunta que se plantea en el epígrafe de este texto: ¿tenemos decisión alguna sobre el lado en el que debemos estar?

Creo firmemente que el lector encontrará su propia respuesta a esta pregunta desde su contexto y deseos personales que ha desarrollado con la vida. Sin embargo, aquí sólo me basaré en mi contexto que se jacta de proceder de un evento conflictivo y que se genera a partir de mi miedo al ser visto sin saberlo. En lo personal, prefiero observar el marco que me rodea y la forma en la que se desarrollan los demás, sentirme observado es causa de ansiedad por aparentar ser y actuar de una manera que, esperan los demás. Como bien menciona Judith Butler, al final nos construimos a través del otro que nos rodea, reflexión que me pone a pensar si es posible escapar de la mirada de ese otro en algún momento. Es una posibilidad el no tener decisión alguna si seremos un kentuki o el amo del dispositivo dentro de esta vida azarosa que nos sorprende y lleva a lugares que no tenemos planeados. Por lo tanto, el cumplimiento de nuestro deseo de ver o ser vistos no siempre será cumplido de la forma que esperamos, quizá en ciertas ocasiones nos perturbe y termine por volverse en una pesadilla, como ese relato del libro donde una madre observa y a la vez es vista por alguien más.

La importancia de la novela de Samanta Schweblin está sujeta a que logra representar una realidad del ser humano de la que evitamos hablar aun cuando sabemos que existe y la efectuamos por medio del velo del espectáculo, es decir, nuestros deseos voyeristas hacia la vida de los demás. Situaciones que no siempre pueden ser positivas, ya que existen perversiones que van más allá de la moral y que llevan una carga sexual de transgredir la intimidad no consensuada. Esta novela es recomendada para aquellas personas que no tengan miedo a ser perturbadas por una historia que los hará repensar cuando miren el lente de una cámara, de lo que se sube a las redes sociales y de pensar, ¿quién nos puede estar mirando en todo momento? Al final, queda en nosotros decidir qué tanto vamos a mostrar a quien nos ve, porque nosotros nunca decidiremos qué persona se encontrará del otro lado de un ordenador indagando en nuestra vida.

Samanta Schweblin, autora. Foto tomada de Casa América, tomada de Flickr

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