Brenda Lozano, autora y ensayista nacida en la ahora Ciudad de México, que en la fecha de su alumbramiento, un 12 de junio (al igual que su servidor) de 1981, aún era el Distrito Federal, forma parte de un grupo de escritoras particulares que desde hace algunos años a la fecha, vienen formando una obra en conjunto, pero también de manera muy singular e individual, que nos va dando un contexto de los cambios que nuestro país ha estado experimentando para bien, desde la pasada década.
De acuerdo a la reseña editorial, en Soñar como sueñan los árboles “las vidas de Gloria Felipe y de Nuria Valencia se entrelazan en torno al robo de una niña pequeña que conmociona a la capital mexicana en la década de 1940. Por medio de una narradora que (en sus propias palabras) « no canta mal las rancheras», somos testigos de la batalla de los Miranda Felipe por recuperar a la menor de sus integrantes y de la crianza angustiosa de los Fernández Valencia para salvar a su propia niña de un peligro potencial que la policía no ha podido frenar y los medios reportan con el tono de un thriller.
Atravesada por diversas imágenes de agua –en forma de lluvia, mar, brisa, estanque o charco– que reflejan el estado anímico de sus personajes, Soñar como sueñan los árboles ofrece una mirada crítica de los mandatos de la maternidad, y muestra también las posibilidades de rebeldía y autodeterminación que abrieron las mujeres del medio siglo para nosotras. El sentido del humor sagaz y punzante de Brenda Lozano hace imposible soltar el libro hasta llegar a sus últimas páginas”.

Si bien hay temas por demás importantes en Soñar como sueñan los árboles, que Brenda aborda de una manera consciente, respetuosa y con total compromiso y conocimiento (por supuesto que esto no hace falta preguntárselo, sólo hay que leer la novela para darse cuenta de ello), como lo son las maternidades tanto concebidas como las no concebidas, las pequeñas esferas de violencia que se empezaban a formar en una ciudad en plena expansión como lo era el Distrito Federal en los años cuarenta del siglo XX, y la desde entonces ineficiencia de las corporaciones judiciales, la ineptitud de los gobiernos y la muchas veces doble cara del periodismo (por supuesto todo esto lo comento sin generalizar), quisiera abordar mi análisis en dos líneas:
La primera: la cuestión narrativa en cada una de las tres partes que comprende la novela.
La segunda: las cosas que pueden permear en la creación artística desde las experiencias personales, sin que ello conlleve el hecho de que toda creación tiene un orden o carácter autobiográfico o totalmente autorreferencial.
Me parece que, más que ser la novela más madura de Brenda, es en la que mejor define la narrativa que se emplea, pues al igual que en sus dos libros anteriores, hay un juego y una propuesta que propone ricas formas de contar una historia. Todo nada, su primera novela; está narrada subjetivamente desde la percepción temporal de su protagonista, o sea, en primera persona. Mientras que en Brujas, su segunda novela, la narrativa se divide en un ping pong entre las dos mujeres protagónicas, igual en primera persona, contando sus vivencias justo antes del encuentro que detona la necesidad de ambas de contar su historia particular y el por qué han llegado a conocerse.
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Ahora, hablando en concreto de Soñar como sueñan los árboles, el recurso de la narrativa fragmentada se hace presente en la primera parte de la novela, esa forma de narrar a dos voces por parte de Gloria y Nuria (sus dos protagonistas), un episodio seguido de otro, tomando turnos de su historia y su vida, de su agonía y su alegría, entorno a un mismo hecho y un mismo contexto histórico-social-político que define sus miedos, intenciones y decisiones. Si bien las intervenciones de cada una de las mujeres están contadas sin largas elipsis y estrepitosos saltos de tiempo, sino recordando sucesos desde el momento preciso que viven en el presente que sugiere la novela; se cuenta en una especie de narrativa lineal a dos voces, desde los ojos de dos mujeres tratando de entender su situación (aunque por momentos se involucra a Ana María, la madre de Gloria y cuyo papel en la historia es fundamental), pero la gran diferencia está en que en Soñar como sueñan los árboles a diferencia de Brujas y sus dos personajes principales, la narración es en tercera persona, a través de una narradora omnipresente que no es difícil de identificar como la propia Brenda (por su forma de hablar, porque “no canta mal las rancheras”) y que antes jamás había aparecido en sus historias de largo aliento.
En la segunda parte de la novela, Brenda desaparece como narradora de la historia, pero se apersona en una narración a través de personajes secundarios que de alguna manera cuentan el desenlace por el que viven estas mujeres, algunos más importantes que otros, pero todos de una importancia narrativa, social y lingüística por demás rica. Es a través de estas voces no-protagonistas que entendemos lo que realmente pasó, y si bien no predisponen o no juzgan los actos cometidos, sufridos y vividos por los que atravesaron estas dos mujeres, nos ponen en contexto de lo que ocurría en la sociedad mexicana en esos años, y lo más importante: nos dan pie para la maravillosa tercera parte.
En la tercera parte se regresa a la narración en tercera persona, pero de manera más sobria y seria, de los días de Nuria y su esposo posteriores a los acontecimientos generados en las dos primeras partes, contando tanto su historia juntos, como separados, y cómo a pesar de haber compartido tantos años de matrimonio, no es hasta que caen en la desgracia que realmente se reconocen, y es entonces que ocurre el milagro, justo a través de esa revelación y ese sexto sentido al que siempre apela la obra de Brenda, ese sexto sentido que hace a las mujeres de Lozano un ser tan luminoso, perceptible y sensible, como un sismógrafo, un ser que es capaz de crear tierra fértil en un desierto, que es capaz de soñar como sueñan los árboles, mientras se está de pie, bajo la lluvia, con frutos, y comprendiendo que a pesar de los diagnósticos médicos, el suplicio y el sufrimiento que la llevaron al destino que la debían llevar; las cosas y los deseos (aún cuando ya no se esperan) pasan cuando deben pasar, ni antes ni después.

La segunda línea que quería abordar en este texto es la de la necesidad que tenemos en ocasiones de colar algo muy nuestro en las historias que, si bien nacen de la creación total, explorando temas que nos importan y que queremos curar o tratar de proponer una solución a través del arte, pero que no hemos vivido o no nos refieren a un acontecimiento personal en particular, de alguna manera nos los apropiamos de otras formas además de la creación intelectual de la historia, y los llenamos de auras y/o nombres de personas importantes de nuestras vidas y que amamos, como es en el caso de esta novela, en la que Brenda dedica la misma a su madre Gloria (quien representaría la niña Gloria), a su abuela materna (Gloria Felipe) y su bisabuela materna (Ana María), además de su abuelo materno Gustavo). Pero en el caso particular de Gloria y Ana María, la invocación viene a través dos personajes fuertes, valientes, resilientes y poderosos, rompiendo estereotipos y barreras que no se supone deberían de romper en la época en que ellas vivieron y se desarrollan los hechos de la novela, pero que seguramente hubo personajes como estos silenciados por la historia social y machista del siglo XX.Resumiendo, puedo decir que no sólo estamos hablando seguramente de la mejor novela escrita por Brenda hasta la fecha tanto por su forma como por su fondo, sino uno de mejores libros publicados en lo que va de la década en la literatura mexicana.