febrero 23, 2022

Ojos de turista

By In Ensayos

Mi esposa, con quien me casé en agosto de 2019, vino a visitar Durango en 2021. Si le preguntan a mi familia, no se quedó suficiente tiempo, pero durante las dos semanas que estuvo, pudo visitar Mazatlán y El Salto.

Y ya. Eso es todo.

O eso creí yo.

Pero veía todo con tal fascinación que me costó mucho trabajo recordar que yo vivo aquí en Durango, que he visto estas mismas calles, estos mismos edificios y a la misma gente por 30 años, que he ido a Mazatlán un montón de veces, que El Salto es donde la mitad de mi familia vive, donde pasé muchas navidades.

Cuando alguien más viene a visitar nuestro lugar de origen, al menos en mi caso, mi primera inclinación es decir: “No es nada especial, no hay mucho que hacer,” pero rápidamente el turista, a través de ojos nuevos, nos guía por calles desconocidas que sabemos de memoria, por edificios de arquitectura única que nunca habíamos notado. Y, si sus turistas son algo como mi esposa, nos llevan a conocer a gente interesante con la que nos hemos cruzado antes, pero a quien nunca nos detuvimos a escuchar.

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Estando en sitios familiares, tuve que describirlos por anécdotas en vez de sólo por su ubicación geográfica en la vida diaria. De pronto “la calle esa donde está un bar en la esquina, supongo” se convirtió en “la calle donde pasa la carreta fantasma de la que me contaban en la primaria,” o “la estatua del presidente como el que mis papás debieron ponerme”, “el mercado en donde compré mi primera sudadera del Capitán América hace quince años”. Y créanme que eso fue un exitazo con ella.

Pero luego regresamos a Wisconsin. Mi esposa ha vivido ahí por más o menos cinco años, pero antes vivió en Carolina del Norte, antes en Florida, antes en Alabama, antes en Georgia, antes en Nueva York… Y cuando la he ido a visitar, me describe las cosas con la misma emoción que cuando las describía yo para ella.

La diferencia es que, cuando ella me habla de la nieve de Wisconsin, y sonríe y se le ilumina la cara, estoy parado en la nieve también. El encanto de un lugar no se desvanece para ella aunque haya vivido ahí por años, encuentra algo nuevo, único y fascinante en las tareas cotidianas, se detiene a halagar a extraños y acabamos hablando con el restaurantero egipcio por tres horas. (¿Sabían que hay quince variedades de mangos en Egipto y que al mango petacón, le dicen “testículos de ternera,” excepto cuando se lo están vendiendo a una mujer?).

El profesor Héctor Otero una vez me dijo que si caminaba por el centro de la ciudad volteando hacia arriba, vería una época completamente diferente. A lo que me refiero, entonces… Es que mi esposa tiene ojos de turista. Y creo que todos podríamos usar ojos de turista de vez en cuando para ver el sitio donde estamos con renovada alegría. Al fin y al cabo, la vida está hecha de memorias, y ¿qué mejor lugar para hacer memorias, que el lugar donde vivimos?

Written by Mavrick

Si hubiera que elegir dos viajes que marcaron su vida serían: 1.- Orlando, Florida, por Disney. 2.- Wisconsin, porque ahí se casó. Ahora, vive entre Oshkosh y Durango, donde comparte casa con dos perros, Toby y Niki (como Lauda), y tres gatos, Ocho, Viernes y Lunes. Toda la pasión que no encontró al fondo de las botellas de Jack Daniel's, la encontró en el disgusto que le provocan los gustos populares. Ávido proponente del "en mi época...". Le resulta más fácil escribir en inglés que en español, yet here we are. Justo cuando pensaba que todo lo que se necesita para ser buen escritor es dejar su esquizofrenia volar, se enteró que Poe era alérgico al alcohol y Conan Doyle creía en los médiums. Y al final, nadie es lo que uno cree. Cada día más excéntrico y menos lógico, sociópata por diagnóstico, infantil por decisión propia.

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